viernes, 24 de octubre de 2014

Dos meses y un día de la madre

Era cierto eso que decían que con un bebé en la casa no hay tiempo para nada. Yo siempre creí que era una exageración o una excusa, pero sí, parece que en esto también me tengo que tragar mis palabras. Emilia es de lo más curiosa, explora todo con sus ojazos enormes y no gusta mucho de dormir de día, aunque (A DIOS GRACIAS) sí de noche. Así que me cuesta sentarme en la computadora e hilar un par de frases coherentes; estas líneas se las debo a mi mamá, que va de un lado a otro de la casa paseando a la leona, que unos días atrás cumplió dos meses y sigue asintomática. Seguimos zafando de la primera operación, seguimos agradecidos con la vida. A veces se me da por pensar que esto que estamos viviendo es ficción y se me caen un par de lagrimones, pero por suerte no pasa casi nunca, supongo que el sueño influirá.
El día de la madre fue lo que siempre soñé. Bah, nunca soñé nada, ni me atrevía a llegar hasta octubre en mis fantasías, pero tener a mi bebé en casa fue el mejor regalo del mundo. Aunque IC se esforzó bastante en superarlo, al caer unos minutos pasadas las 24 con un paquetito de una joyería. Pensé "que no sean los dijes de nenitos, que no sean los dijes de nenitos" porque no uso cadenita y la verdad que no me gustan mucho, pero nunca esperé abrir la cajita y encontrar un par de alianzas de plata, de lo más comunardas y sin grabar. Hermosas. Únicas. Totalmente inesperadas.
Nos casamos hace un par de años atrás, después de perder el primer embarazo. Fue un impulso, quisimos fervientemente lo que jamás nos interesó. Después de 8 o 9 años de convivencia nos casamos y no nos pusimos alianzas un poco porque no nos convencía esto de tener el anillo marcando territorio, en señal de posesión, y otro poco porque nos pusimos quisquillosos y ninguna nos venía bien, que de oro no, que de plata, que de oro blanco, que finitas, que chatas, que me hace el dedo gordo, que no me combina con mis otros anillos, blahblá, excusas. Hasta que llegó IC con Emilia en brazos y el paquetito con las primeras alianzas de plata que vio. Son perfectas y me la puse puchereando de emoción.
El resto del día fue una celebración, pero de nuevo está lloriqueando Emilia y tengo que largar el teclado.
Pongo una fotito para que vean cómo va creciendo mi princesa, mi vida, mi todo.

miércoles, 15 de octubre de 2014

El hambre y el humor

Resulta que a Emilia la tenemos restringida en su alimentación. Esto quiere decir que toma bastante menos leche que los demás bebés de su edad, porque no es bueno para su corazón que haya demasiado líquido circulando en el organismo. Es por esta misma razón que toma diurético dos veces por día: para ayudarla a eliminar el excedente y no forzar más de lo necesario su corazoncito. La cuestión es que se trata de un equilibrio muy delicado entre comer y crecer por un lado, y conservar lo mejor posible su función cardíaca por el otro, equilibrio que se traduce en una disimulada pulseada entre profesionales, neonatóloga y cardiólogas, cada una tirando para su lado. Después de ir dándome cuenta de que muchas veces confundí cólicos con hambre, o sea, después de entender que Emilia lloraba muchas veces con la intensidad de los cólicos pero por hambre (sí, HORROR), y, en consecuencia, una vez que dejé de confiar ciegamente en el criterio de las cardiólogas, opté por abrazar la tendencia de la neonatóloga a aumentar lo más posible las dosis de leche. Un bebé llorando de hambre es de lo más feo que se puede ver. Claro que habitualmente no es muy común, porque la teta a demanda y todo eso, pero en mi caso resultó que no fui la lechería que creí que iba a ser, así que la nena pasó hambre. Ahora que ajusté las cantidades y que Emilia vive felizmente sin la irritación y la irascibilidad que provocan el hambre, veo aflorar su verdadero carácter, que es todavía más dulce, más alegre y más lindo que antes. Y eso que antes ya me encantaba. Así que puede decirse que vivo estos días todavía más enamorada, si es  que es posible. Creo que voy a estallar de amor.

jueves, 9 de octubre de 2014

Los cólicos, la ambigüedad

Emilia tiene cólicos y llora profunda y horrorosamente. Durante su primer ataque terminamos llorando los tres (nosotros dos más discretamente, por suerte). Ahora solo lagrimeo yo una vez que pasó el caos -que puede durar una, dos, tres horas-, para hacer la descarga de la tensión y la angustia que esta situación me provoca. Pero los cólicos no se reducen al ataque agudo, con su llanto ininterrumpido hasta ponerse morada, sino que durante todo el día se va gestando el apocalipsis que estalla a la noche, por lo que está incómoda, inquieta, llorona y más demandante durante el resto del día, cosa que me agota bastante.
Y sí, llegó el día en que me quejo de las cosas que antes añoraba, porque sí, así es el ser humano: ingrato por naturaleza. Por otro lado a veces siento que toda esta normalidad de los cólicos, de si hace caca, de cuánto come, etc, me seduce y me sumerge en un ámbito de normalidad que no nos pertenece, que es una ficción. Nosotros todavía tenemos un gran problema a enfrentar y dos o tres operaciones por delante. A veces me olvido, y cuándo lo recuerdo me angustio.

viernes, 3 de octubre de 2014

Cada 15 días

A veces, cuando Emilia se pone morada de llorar hasta que le tiembla la barbilla, me acuerdo de que tiene un problema en el corazón, de la saturación de oxígeno, de las operaciones, y que pin y que pan. O cuando en el silencio de la noche escucho el pffff pfffff pfffff de su bombeo. O cuando voy a la cardióloga o a la neonatóloga. El resto del tiempo me olvido por completo.
La última afirmación que algún cardiólogo hizo decía que a los 40 días seguramente iba a haber que operarla, que la insuficiencia cardíaca iba a aparecer con el aumento de peso, y demás, pero la cosa es que vamos por los 42 y ni noticias. Nadie se anima ya a hacer predicciones porque está claro que Emilia vino a este mundo a romperlas. O a desautorizar a su doctores, no sabemos. Pero la cuestión es que, lejos de operarla, el viernes pasado, después del ecocardiograma de rutina y mientras limpiábamos el gel de su pechito, nos informaron que estaba diez puntos, que ya había cumplido un mes y que a partir de ahora los controles iban a ser cada quince días. La misma cardióloga que en la primer entrevista post-alta nos confesó que no dormía por el caso de Emi, ahora me respondía sonriendo que sí, que tranquila, que cada quince días está bien, que ella está genial, que estas cosas no se manifiestan de un día para el otro con una saturación del 93%.
Yo ya no sé. Estoy feliz, estoy confiada, estoy disfrutando. Estoy aprendiendo a conocerla, entendiendo su lenguaje de llantos, grititos y gruñidos. Voy metiendo la pata, corrigiendo y sacando conclusiones de lo que está bien, lo que está mal, lo que quiere, lo que no, en fin. A ser mamá me di cuenta que se aprende, y en la exploración de ese maravilloso universo es se me van las horas.