sábado, 22 de noviembre de 2014

Tres meses!

Y la leona sigue en casa. Tuve mi momento de sentir que la burbuja se empezaba a pinchar hace un par de semanas, cuando la cardióloga nos dijo que la aorta no está creciendo acorde al resto del corazón y que vamos a tener que hacer un cateterismo en diciembre para ver si es seguro seguir esperando para operarla o si hace falta intervenir ahora. Me habló de "anestesia general", "riesgo mínimo", "firmar papeles" y tuve mi recaída al mundo del miedo y de las lágrimas. Cuando salimos del consultorio yo tenía la cara roja del llanto evacuado a medias; Emilia me miró con esos ojazos redondos, curiosos que tiene y me sonrió de costado, pícara. Se me abrió la canilla del alma. No fue muy copado de mi parte considerando que estaba en el Instituto cardiovascular infantil, o sea, rodeada de gente cuyos hijos tienen problemas. Pero bueno, he visto llorar a otras madres en ese pasillo. A veces nos toca reír. No siempre. 
Por suerte, la vida sigue y el optimismo se impone. Emilia me hace olvidar los problemas, los borra de un plumazo con sus sonrisas y con la cotidianidad que trae aparejada, porque está la gran felicidad de mirarla y pensar "es mía, por fin llegó, está acá" y sorprenderme y emocionarme, y también está el cansancio de esos días maratónicos en los que no duerme más de diez minutos por la tarde y yo me olvido de su corazón o de lo que me costó tenerla entre mis brazos y lloro de cansancio y frustración, harta de ese quejido constante como un run run cuando tiene sueño y no puede dormir, o cuando siento ese hormigueo entre los omóplatos de tanto tenerla en brazos. También tuve mi momento de angustia con el tema de la teta y la lactancia medio frustrada, un poco porque no tuve la leche que creía que iba a tener y otro poco porque, a consecuencia de lo primero, Emilia terminó prefiriendo la mamadera y llorando como si hubiera visto al mismísimo Judas frente a mi teta, con la que la perseguía insistentemente, como una desquiciada. Finalmente no hubo sacaleche que valga, la cantidad no paró de mermar; cumplidos los tres meses le puse punto final al tema y descorché un vinito tinto, cosa que extrañaba hacía casi un año.
En fin, nada, la vida misma, cosas simples, mínimas, que van llenando mis días.