Ayer volvimos de las sierras, estuvimos dos semanas de vacaciones en un lugar super tranquilo, con un arroyo que pasaba a 50 metros del fondo de nuestra cabaña, rodeados de mariposas, libélulas y luciérnagas por las noches, sin internet y con mucha naturaleza. Bastante idílico todo, de no haber sido por el maldito manchado que siguió durante toda la primera semana de vacaciones, incluso empeorando, lo que nos puso bastante nerviosos y convirtió cada ida al baño en una tortura. Hasta que tomé dos medidas: primero pasé dos días en completo reposo, lo cual me aburrió un montón, pero mejoró mucho la situación; en segundo lugar, cambié la administración de la progesterona, que la venía tomando oral (como hice con Emilia sin problemas), a vía vaginal. Santo remedio. De un día para otro se cortó completamente el manchado. Nada. Cero. Y ahí pudimos disfrutar de nuestra segunda semana de vacaciones, que transcurrió mucho más relajada y pacífica. Pero llegó el 28 y con él, el primer aniversario de la muerte de Emilia.
Qué día. En general lo llevo bien, la recuerdo con mucho amor, me centro en todo lo lindo que vivimos juntas, etc., pero ese día... madre mía. Lo reviví todo. Mi cuerpo se mantuvo en vilo, tuve ansiedad, malhumor e incomodidad. No podía estar bien ni acá, ni allá, todo me molestaba y me parecía una sinsentido. Y a las 23.05 hs, la hora oficial de su partida, me fui a llorar afuera, al jardín. Y fue sorprendente ver ese vasto espacio negro, que cada noche bullía de vida, con los grillos, las luciérnagas, las mariposas de noche, los búhos y esos raros pájaros nocturnos que cantaban a deshora, completamente desierto. El jardín de luto, haciendo silencio, huelga de vida. Fue raro y reconfortante al mismo tiempo, sentirme abrazada en mi desconsuelo por una noche que parecía triste también, tan insólitamente silenciosa y vacía.
Después el dolor cedió, de a poco fui aflojando, y pude seguir.
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PD: Más allá de los sustos, la panza crece! |