lunes, 29 de junio de 2015

Los proyectos, el interior

No me di cuenta cuánto anhelaba irme de Buenos Aires hasta que nuestra fantasía cobró la forma de un par de posibilidades laborales medianamente concretas a largo plazo, ambas en la Patagonia. Nunca me permití pensar realmente en irme a la M por mi papá y mi personalidad culposa. Yo era (¿yo creía ser?) su único sostén emocional y no me sentía libre de hacer mi vida en otra parte, hasta que pasó todo lo que pasó, y vino el cambio de perspectiva, la homeopatía y el corazón que tiene sus fuertes deseos y obra mucho menos vueltero que su compañero de más arriba. La cuestión es que aprendí a las patadas que la vida es hoy. YA. Este segundo en el que tecleo es lo único que tengo asegurado, no el que viene, ni el que viene después del que viene. Está probado que mi papá es depresivo, va a ser mayormente infeliz aunque me quede clavada a su lado, así que sería mejor que por lo menos uno de los dos sea feliz. Además, ahora estamos armando la famosa red de contención familiar, ya nada depende exclusivamente de mí, y él, por su parte, aceptó incluir un par de cambios muy importantes en su rutina a los que les pongo un puchito de fichas.
Y así estoy, entusiasmada fantaseando con esas callecitas que conozco bien (uno de las opciones es mudarnos a este lugar) con un proyecto nuevo, que se siente como una ráfaga de aire fresco en la cara. No sé si sucederá, aprendí -a los bifes también- a no hacer más planes. Pero qué lindo lo que estoy sintiendo.
Ojalá que sí.

domingo, 28 de junio de 2015

Cinco meses

Cinco meses sin vos, mi pulga, mi cielo, mi todo. Te extraño como el primer segundo que pasé sin tu peso en mis brazos, pero cada instante vivido con vos vale mil veces esta infinita tristeza.
Te amo, mamá

viernes, 26 de junio de 2015

Pequeños cambios, grandes logros

Siempre me costó decir las cosas difíciles, nunca fui de las que te cantan las 40. Supongo que por mi extraña necesidad de agradar, cierto pavor a las peleas, una incomodidad innata frente a la posibilidad de herir o simplemente por mi personalidad, un gran combo, no lo sé, siempre me costó decir las cosas malas y muchas veces me las guardé, solo para no tener que lidiar con la situación. El problema es que lo no dicho se queda adentro y uno empieza a darle más vueltas de las saludables, entonces todo ese paquete de ideas rumiadas se convierte en una carga negativa difícil de ubicar. En esta nueva etapa que estoy armando, este defecto heredado no tiene lugar. Con la recaída de mi papá me asombré al escucharme decir: "No puedo ni quiero hacerme cargo de esto sola como la otra vez". Y funcionó: no solo no pasó nada malo (la gran fantasía que tenemos las hiper-responsables), sino que se armó la red a mi alrededor y entre todas nos vamos distribuyendo las responsabilidades. Se ve que con este resultado positivo reforcé el proceso, y así empecé a despuntar el vicio. Me di cuenta de que cuando las cosas se dicen con amor no hay límites para lo decible. Cuando el verdadero objetivo es comunicar -no explotar, ni agredir, ni demostrar hartazgo, sino resolver-, y cuando esa intención busca la mejor manera de expresarse, no puede fallar.
Hace un par de días recibí unos mensajes de mi amiga F. en los que me contaba que se acababa de acordar de Emilia. Esto es muy frecuente entre mis amigas y me encanta que así sea, sobre todo que me cuenten por qué la recordaron, o los sueños en los que la sueñan. El problema es que mi amiga F. tiene una visión muy dramática de la vida, que va en sentido contrario al rumbo que trato de darle a la mía. Así fue como me contó que estaba en el kinesiólogo, que había muchos bebés con bronquiolitis esperando para sus masajes, y que ella se ponía mal de escucharlos llorar; acto seguido se había angustiado pensando en su hija y luego se había sentido ridícula al ponerse mal por eso, después de todo lo que Emilia y yo habíamos tenido que pasar, que es terrible. Zaz. Se me cerró la garganta; la sonrisa se me congeló en una mueca dolorosa. En otro momento hubiera hecho algún comentario para salir del paso, hubiera cambiado de tema, y la hubiera evitado en lo sucesivo para no exponerme a potenciales nuevos comentarios de esa índole. Pero ahora no, ahora estoy practicando para transformarme. Entonces después de meditarlo unos instantes le contesté que no lo tome a mal, que lo que le iba a decir proviene justamente del amor que le tengo; que yo todos los días hago un gran esfuerzo por levantarme y ponerle una sonrisa a la vida y que los comentarios de esa clase me hacen mal. Que sé que habla desde la empatía y que me quiere decir que me entiende, pero que me serviría más que me ayude a recordar lo bello que hubo y que me acompañe a recorrer todo lo bueno que seguramente vendrá. QUÉ LIBERACIÓN. Puedo. PUEDO.
Por supuesto mi amiga se quiso morir, me pidió un millón de disculpas, se sintió horrible, etc. etc. No importa. Lo que importa es que: 1) No me quedé rumiando: lo saqué. Fuera bicho. 2) Ella va a tener más cuidado la próxima vez. Misión cumplida.
Cosas que eran tan complicadas, se van haciendo simples. Qué felicidad.
Gracias Emilia, gracias homeopatía, gracias N. ♥

lunes, 22 de junio de 2015

10 meses y un día del padre

Ayer fue un día especial. Especial porque Emilia hubiera cumplido 10 meses, y especial porque fue el día del padre. Entre lágrimas, unos días atrás IC me había anticipado que no quería regalo, que no tenía nada que festejar, que el había sido padre pero que ya no lo era, etc. Yo le dije que eso no era cierto. Él es el papá de Emilia y eso nada lo va a cambiar, ni siquiera el hecho de que la leoncita de la casa no esté con nosotros en este plano. Él fue más padre que muchos padres. No solamente le cambió el primer pañal, le dio la mamadera, la vistió, la bañó, la arrulló, la amó, durmió con ella, la hizo jugar, le calmó el llanto por los cólicos, descubrió sus posturas favoritas, la paseó por toda la casa, la llevó a vacunar, a la pediatra, a cada ecocardiograma, aun teniendo que hacer malabares con su trabajo, sólo porque quería estar. La alentó, la arengó, la hizo reír, la besó hasta cansarla, la dejó colgarse de su barba a pesar de quedarse siempre con unos cuantos pelos menos, le preparó las mamaderas, le permitió saltar, estar con otros chicos y jugar, le permitió vivir plena y feliz, incluso sabiendo el riesgo que corríamos. No solo todo eso, que ya de por sí es tanto, sino que además le tocó bailar con la más fea y lo hizo con amor, con entereza, con altura, generosidad y valentía. Él la consoló y le calmó el hambre a fuerza de morisquetas y hamacadas durante ese eterno y horroroso 28 de enero, cuando tuvimos que tenerla en ayunas horas y horas antes de la operación. Él la hizo reír escondiendo su terror. Él me dejó que yo la acompañe hasta el quirófano sin chistar, porque sabía que era lo mejor para ella, a pesar de sus ganas de agarrarla y no desprenderse más. Él sonrió en esa última foto que nos sacamos los tres, a pesar de las lágrimas en sus ojos. ¿Qué es eso, sino un gran padre?
Tal vez no hubiera mucho para festejar, es cierto... pero cómo no celebrar haberla tenido entre nosotros, habernos convertido en padres gracias a ella, haber aprendido lo que es esa clase única e inigualable de amor... De eso no se vuelve. No se vuelve de ser padre, aunque nos toque vivir más que ella.
Así que como regalo le compré un libro de cocina que sabía que quería (Recetas de bodegones, de Pietro Sorba, muy recomendable para los gorditos de alma como nosotros), pero se lo di la noche anterior, para aminorar el impacto. Estuvimos horas eligiendo la receta con la que nos íbamos a agasajar, fuimos a comprar los ingredientes, y entre chin-chines y ajos picados nos demostramos, una vez más, que podemos ser felices. Incluso incompletos.

viernes, 19 de junio de 2015

La magia

La primera vez que usé los test de ovulación (TO) pensé que no andaban. O que yo no andaba, o que la combinación de ellos y yo no funcionaba. Luego (este año, para ser más precisa) descubrí que ovulo tardísimo y que no era que no funcionaran, sino que yo los tiraba por ahí, decepcionada, justo cuando la cosa estaba por empezar a andar. El otro descubrimiento que hice este año es que los Unitest, que son los más baratos del mercado, son mucho menos sensibles que los Evaplan, que te salen un óvulo de veinteañera. Ergo, en mi caso, que se nota que produzco poca hormona LH (mala señal), tengo que agarrar una lupa y ponerme bajo la lámpara del velador para adivinar ver la segunda raya, cuando sale. Como los instructivos indican que para que sea positivo "la segunda raya tiene que tener la misma o mayor intensidad que la de control" deduje erróneamente que nunca me daba positivo, cuando en realidad ese paupérrimo positivo, mitad real mitad adivinado, era lo más que yo iba a lograr -hasta el momento- con los Unitest. Los caros, por el contrario, son mucho más sensibles, y si bien nunca logro esas rayas de más intensidad que la de control, sí obtengo unos evidentes positivos, pero salen más guita y los reservo para los momentos claves.
Toda esta digresión tiene sentido, acá va: este último tiempo volví a meditar; seguí con yoga; me tragué el limón; hice visualizaciones; incorporé almendras y semillas en mayor cantidad; hablé a calzón quitado con Emilia y con lo que sea que haya más arriba -Dios, Naturaleza, Cosmos, you name it-; arranqué con Maca peruana; me preparé unos cuántos brebajes mágicos tés de romero, sauco y salvia, cuando no té verde, y me puse el mix de piedritas que me dio mi hermana sobre la panza antes de dormir, entre otras tantas cosas que ya ni recuerdo. Soy consciente de que dicho así, de corrido, puede dar la impresión de que mordí banquina y que estoy peor que antes, lo sé. Pero juro que no. Este mes fue el mes que me sentí más tranquila, menos ansiosa y menos obsesionada que nunca, pero al mismo tiempo, también, más conectada con una persona que jamás fui (o que hasta ahora jamás dejé ser; ignoro). Digamos que todo este cambio del que vengo hablando, la homeopatía y la mar en coche, me llevó por lares insospechados. Nunca me interesó NADA de todo esto que ahora me reconforta. Y lo mejor es que no es que me obligo a probar cosas nuevas como "plan de curación", ponele, sino que me surge. Natural. Espontáneo. Genuino. Como una nueva necesidad, desconocida, que me lleva a hacerlo y a creer que me va a hacer bien, que es lo más lindo de todo. Entonces ahí estaba yo, medio dormida, como de costumbre, pronta a hacerme el mismo Unitest garcha de siempre y esperando la consabida tibia rayita porque estaba entrando en zona roja. Grande fue mi sorpresa cuando unos minutos después me encontré con dos rayas iguales. IGUALES. Nunca visto, en mi vida. Para las racionales como yo, va el dato de que el Unitest que usé era uno que me había sobrado del mes anterior, o sea, no hubo cambio de partida. Al día siguiente, de nuevo: dos rayas iguales, hasta que al oootro día volvi a ver la segunda raya bajar y todo volvió a la normalidad.
Esto no quiere decir que voy a quedar embarazada este mes (ojalá que sí), ni el que viene (ojalá que sí), ni nada, solo quiere decir que a través de estos cambios a los que llegué con mucho dolor logré conectar con algo adentro mío que me hace mucho bien y que de alguna misteriosa manera repercute en mi cuerpo.
Magia pura ♥

miércoles, 17 de junio de 2015

Bienestar

Los análisis hormonales que me mandó a hacer mi ginecóloga dieron, en general, todos bien, salvo por el estradiol que dio bajo y la FSH, un poco alta. Donde digo que "el estradiol dio bajo", debe leerse, en realidad, MUY bajo (la mitad del mínimo), lo cual puede indicar falla ovárica, qué se yo. Guglié un cachito y después abandoné, porque con esto de explorar nuevas formas de ser y vivir Dr. Google no se lleva bien y prefiero directamente que lo evalúe mi doc. (esto sí que es un cambio notable: esperar para la interpretación de un resultado no es de mis actividades favoritas). Por el contrario, ese día decidí que por cada mala noticia que recibiera iba a equilibrar el universo dándome una gratificación, como para compensar. Así que me fui a Coto y compré un bandeja de langostinos que hice a la plancha y salieron de rechupete, y me sentí muy feliz, con los dedos sucios y el olor a mar impregnado por dos días en la cocina. Porque no, ni la mala onda, ni las malas noticias me van a vencer (por ahora). 
Como verán, sigo disfrutando de la buena racha. 
Gracias Emilia, pompón de cielo, ojos de mar; gracias homeopatía; gracias N. ♥

jueves, 11 de junio de 2015

Seguir con el cambio

No me reconozco. En el buen sentido y espero que dure. No sé si la homeopatía, el cansancio, el tiempo, el aprendizaje, si Emilia me da una manito desde donde esté, no tengo idea qué de todo, o si todo junto, en alguna medida, pero lo que si sé es que me siento bien. No *bien iupi* ni bien de ser re feliz porque me falta ella y no creo que la felicidad vuelva a sentirse como una esfera completa nunca más, pero sí me siento distinta, alegre, con más energía, con MUCHA más calma, con menos ansiedad, con más ganas de aceptar y menos ganas de controlar. Con necesidad de andar caminos nuevos, cambiar cosas, probar cosas, mover fichas. Ganas grandes de tratarme bien, de hacer cosas porque sí, porque me dan placer; ganas de respetarme, de escucharme, de hablar para arriba, como si alguien me escuchara. Ganas de pedir, sabiendo que no puedo con todo. Ganas de pintarme las uñas, hacerme un baño de crema, mirar una película que solo me gusta a mí, incorporar nuevos hábitos como ese medio vaso de jugo de limón que me recomendó N., qué se yo, ahora es el limón milagroso, pero voy todas las mañanas media dormida a la cocina y me lo exprimo, y me lo chupo sin chistar, con cara de "lo que no te mata te fortalece", convencida de que me va a hacer bien, y qué lindo que es creer.
Me mueve una profunda sensación de hastío, de cansancio infinito, de que en gran parte seguí siendo todos estos años la nena que ponía más fuerza de la posible en evitar que se cierre la puerta destinada a cerrarse. Siento que llegué al final del camino y que me esperaba una pared. Fin. Hasta acá llegué.
Tengo ganas de fundarme un estilo de vida basado en cosas nuevas, simples y buenas para mí.
IC, como siempre, acompaña y se suma.

viernes, 5 de junio de 2015

Otra consecuencia

Otra consecuencia de que mi corazón esté al mando es que él no decide por comodidad, ni estrategia, sino por intuición y por sus ganas de no pasarla mal. Digamos que mi corazón es un gordito bonachón que ya adelgazó demasiado después de lo de Emilia y no quiere más tu tía. Basta de estrés, gracias. Así fue como me hizo anular el turno que había tomado con un nuevo médico de fertilidad: me avivó de que empezar de cero me ponía nerviosa. No sé por qué, pero de pronto no quise. ¿Impulso? ¿Instinto? No soy muy de darles bola habitualmente, pero justo estoy en esta fase y necesito un cambio. Y para colmo, me llaman del instituto para avisarme que el doc nuevo se iba a un congreso justo desde el día en que tenía mi turno hasta fin de mes. Lo tomé como una señal. Le escribí a mi doc viejo, con el que no había hecho gran empatía, pero con ganas de hacerla. Retomé ese mail donde le contaba que suspendía el nuevo tratamiento porque había quedado embarazada de Emilia, y él se reía, me felicitaba y me decía que hiciera vida normal y progesterona una al día. Le conté todo lo más brevemente que pude, y la conexión se hizo. Lo veo el 2 de julio.

Bastón de mando al corazón

No sé si es producto de la medicación homeopática, un efecto cascada, mero cansancio mental o ganas de poner en penitencia a mi cerebro, pero adentro mío hubo un conciliábulo espontáneo -al que mi conciencia no fue convocada-, en el que los miembros asistentes (ignoro cuáles) decidieron por unanimidad que muchas gracias por todo pero es hora de que el bastón de mando pase de la razón al corazón. Así fue como, por ejemplo, frente a la crisis de mi papá, acostumbrados a los habituales plan A, plan B y plan C por las dudas que suelo armar en dos minutos, todos me preguntaban "¿Qué hacemos?", "¿Qué te parece?", "¿Qué opinás?", y yo NADA. Cero. Cara de vaca pastando. Piiiiiiiiiiiip, línea plana. Mi respuesta era siempre la misma: "Ni idea, iremos viendo". Imposible lograr un plan, una previsión, una anticipación. Y fue lo mejor que me pasó en mucho tiempo: mi corazón creyó que yo no iba a poder sola, o que no debía poder sola, y me hizo pedir ayuda. Así fue como mi mamá tomó las riendas, mi hermana se involucró, y entre todos estamos tejiendo la red que mi papá necesita. El resultado es que él está mucho mejor, y que yo estoy comprobando, felizmente, eso de que las penas compartidas son medias penas.
Genio corazón, sos mucho más copado que el inquilino de arriba, sabelo.

martes, 2 de junio de 2015

La locura, el desborde

Mi papá, de joven, además de ser mi héroe personal en la niñez, fue un gran intelectual, un investigador con dos carreras universitarias y manejo de 8 idiomas -entre lenguas vivas y muertas-, abocado a intereses muy específicos de historia de las ciencias. Eso fue antes de separarse de mi mamá, y, sobre todo, antes de ir perdiendo progresivamente la razón.
Ahora, es un señor jubilado que lee novelas todo el día y repasa con manos temblorosas -cortesía de la gran cantidad de medicación- el cronograma que con paciencia y lealtad le hizo mi mamá este domingo: el lunes lo pasás con tal, el martes con cual, te quedás a dormir acá, vas al médico allá, escenario de emergencia creado ante un nuevo brote psicótico que apareció con más fuerza que nunca, y que nos obligó a interrumpir actividades varias el viernes a la noche para correr, con el corazón en la boca, a su rescate.
Si ver (y aceptar) el envejecimiento de los padres es una tarea difícil, no puedo explicar lo terrible que es sumarle el deterioro de la razón, aunque en su caso no se trate de crisis constantes, y pueda vivir más o menos normalmente solo, entre brotes que, por suerte, se dan bastante espaciadamente.
En cuanto a lo que me atañe, y considerando el estado de ánimo que los acontecimientos de estos últimos tiempos han ido forjándome, estoy empezando a sentir que mantenerme optimista es un acto rayano a la negación de la realidad.
Estoy MUY cansada y enojada
VIDA, DAME TREGUA