sábado, 31 de agosto de 2013

Dos reacciones para una noticia

"¡Pará un poco, me apabullás!", me lanza enojado IC del otro lado del teléfono y yo me quedo en silencio, de este lado de la línea, con cara de cobayo sorprendido, sin saber qué contestar. Quisiera decirle un montón de cosas hirientes que me calmen, pero eso no es una opción. Respiro hondo y me cuelgo pensando cómo puede ser que lo que para mí es obvio para él sea un notición que acaba de caerle como balde de agua fría. IC es un optimista perdido, y todos sabemos que para ser tan optimista también hay que ser algo negador. Dado que no me gustan las grandes caídas, mi método es el opuesto: prefiero planear el peor escenario y dejarme sorprender por lo bueno; siempre me anticipo a las cosas malas que puedan ocurrir y, a decir verdad, no me considero negativa por eso (solo un poco control freak). A esta diferente manera de encarar las cosas se suma mi anómalo y exacerbado poder de adaptación, heredado de una infancia llena de mudanzas y viajes por el mundo. Algún día tanto estrés tenía que rendir sus frutos. Igualmente, a veces no sé si me juega a favor o en contra, porque proceso las cosas tan rápidamente que creo que los demás interpretan que no me importa nada. No es así, solo pasa que tengo enormes propiedades homeostáticas con el entorno. Funciona más o menos de esta manera:
1) me entero, infiero o descubro algo que cambia una condición en la que vengo viviendo;
2) me quedo callada, fijo la vista sobre algo indeterminado y empiezo a analizar la nueva situación, hechos, consecuencias;
3) ordeno las cosas por color, por tamaño, por forma, por temperatura;
4) descompongo las circunstancias y las vuelvo a componer;
5) analizo las posibilidades y organizo los próximos pasos a seguir.
Para cuando todo este proceso termina ya tengo algunas decisiones tomadas, el escenario ordenado y me siento más o menos cómoda, más o menos adaptada a esta nueva circunstancia, que ya interpreto como bastante normal. Hago todo esto tan naturalmente que jamás me detengo a pensarlo, es la forma en la que abordo los problemas, no me lo cuestiono. Cuánto dura este proceso de asimilación dependerá, fundamentalmente, de la gravedad de lo que está en juego y del impacto emocional que me provoque; es obvio que no proceso todo en 10 minutos, pero las cosas que no son tan graves, que tienen solución, que cambian los planes, pero buah, tampoco es la muerte de nadie, no me llevan demasiado tiempo.
Enterarme de que tenemos que ir a inseminación artificial no es algo que me sorprenda, siendo que hace tres años que estamos en carrera y hasta ahora solo logramos un aborto espontáneo, que para eso mejor hubiera sido nada. No me sorprende, no me deprime, no me agarra mal parada. Lo vengo intuyendo, pensando y digiriendo hace bastante, por lo que asumir lo que sale del otro lado del teléfono no me lleva más que un par de "Oooh", "Y bueno", "Qué va a ser", "Mejor así, la verdad...", "¿Vos cómo estás?". Fue casi un alivio saber que hay un plan, que alguien tomó el toro por las astas y que no se nos van a seguir pasando los años en este suspenso ridículo.
El problema que yo tengo es que no soy buena entendiendo los tiempos ajenos y esa es la parte que tengo que entrenar: no está bien que no pueda domar mi ansiedad y darle a IC el tiempo que necesite para aceptar esta nueva situación. Tengo que aprender a callarme más la boca.
(Y él debería aprender a no enojarse conmigo cuando en realidad está enojado con la vida, pero eso es harina de otro costal.)

jueves, 29 de agosto de 2013

Los padres y las cosas

El ocaso de los ídolos, cuando atañe a los padres, se va dando, por lo que pude ver, de manera bastante natural con el paso del tiempo. Algunos obtuvimos el empujoncito de varios años de terapia, otros llegan sin ayuda, pero la cuestión es que todos, más tarde o más temprano, terminamos por subir la escalera que nos lleva al panteón de las esfinges y, raudamente, las bajamos del pedestal para reubicarlas (por fin) en planta baja, ahí donde se las puede mirar sin tener que forzar la nuca.
Ciertos padres, o, mejor dicho, ciertas imágenes de nuestros padres, llegan más dañadas, mutiladas y corroídas que otras; eso dependerá de la experiencia individual, pero los que tuvimos la suerte de tener padres “mássomeno normales” no necesitamos un proceso tan lapidario y nos conformamos con mirarlos bajo una nueva luz: la de los simples mortales. Ya con lograr desautorizarlos y quitarles el peso de “la verdad”, creo que la mayoría nos disponemos a recorrer ese espiralado camino que nos conduce hacia la adultez con bastante –sino alegría, por lo menos– calma. Mucho más allá de eso, en los confines de ese proceso, se halla el doloroso momento en el que la balanza se inclina demasiado para el lado de enfrente y somos inexorablemente catapultados hacia el otro lado del espejo; pero para eso falta y no lo quiero ni pensar.

Ahora bien, cuando a todo este recorrido personal se suman, además, los problemas de salud de los padres, las cosas se complican y se mezclan, y ya nada parece ni tan sencillo ni tan determinado. Y cuando la salud que está en juego no es la que ataca el hígado sino la que roza lo mental, la cosa se complejiza todavía un nivel más arriba, y los tabúes y las ambigüedades ocupan un lugar indeterminado cuya simple existencia, por menor que sea, da vergüenza admitir. 

domingo, 25 de agosto de 2013

Mi esperanza

Como será de optimista mi esperanza, que se agarra de una ramita de laurel en el medio de una tormenta oceánica. Ella reniega de la lógica y de los análisis, porque vive de la magia de lo posible. Cuando me pongo pesada con mis argumentos, se queda muy seria, me mira a los ojos y hace: "Shh-shhhh", con un dedo cruzado sobre la boca. Mi esperanza es indiferente a los razonamientos, se tapa los oídos para no escucharlos o simplemente opta por sentarse dándome la espalda, y se dedica a coser colores con los indicios que la alimentan, indiferente a mí, a mis ideas, a mis números. Mi esperanza siempre parece primavera; es risueña, medio autista y cabezona, pero me salvó de la desesperación tantas veces, que la necesito como al aire.

jueves, 22 de agosto de 2013

La preocupación

Eso es lo que creo que cambió entre mis amigas y yo desde que nos conocimos, a los doce o trece años, hasta ahora: el nivel de preocupación que tenemos respecto de todo. No es que la vida se va poniendo más difícil, ni que el trabajo cotidiano y las responsabilidades son un flagelo, como nos vaticinaron de chicas algunos adultos (aunque, tal vez, estos factores un poco colaboren); el tema diferencial -para mí- es la conciencia que se tiene respecto de todo lo que nos pasa y nos hace huella constante; la capacidad de prever, de anticiparse, de sacar conclusiones y evaluar consecuencias que fuimos ganando con los años, que nos destierra definitivamente del estado de placidez despreocupada en la que (los que tuvimos suerte) crecimos y nos desarrollamos. Con el tiempo, adquirimos plena conciencia de que los problemas de nuestros padres ya no son más esas cosas "de grandes" que no nos incumben, y poco a poco se hace evidente la necesaria intervención en los asuntos familiares, el hacerse cargo de los temas de salud de unos y otros, tal vez de dinero, los asuntos legales que pudieran surgir, las nimiedades de la vida doméstica... todos esos temas van ingresando, de a poco, en filita, en la esfera de las propias responsabilidades, de las propias preocupaciones, y así vamos llenando, con cada tema ajeno que resolvemos, el compartimiento de la "adultez". Las que tienen hijos supongo que se deben sentir todavía más abrumadas, con tamaña multiplicación de responsabilidades y temores en forma casi exponencial. Sin embargo, -al menos en este caso- parecería que se cumple el refrán que reza que todo lo que no te mata te fortalece, ya que si estos procesos se van sucediendo naturalmente, a las edades "que corresponde", etc., toda esa nueva "carga" que vamos tomando se acompaña también de una mayor fuerza y calma para abordarla, así que podríamos decir, ya haciendo abuso de la sabiduría popular, que la vida aprieta pero no ahorca. 
En definitiva, se trata de un equilibrio que va inclinando el eje de sustentación primero de un lado, después hacia el centro y, más tarde, del otro, y, como una bola que va girando en la callecita de la vida, vamos recorriendo el circulo que nos conduce a su cierre, y así es como más que nunca ahora siento que lo estoy promediando, y está muy bien así.

viernes, 16 de agosto de 2013

Señora y señora P.

Este fin de semana largo viajo a la Patagonia para el casamiento de una gran amiga mía, una de las mejores, de las más hermanas que tengo: P.
Mi amiga se casa con su novia. La revelación acerca de que nunca iba a haber un Sr. y una Sra. P. no es algo que haya ocurrido hace tanto; pongamos tres años atrás, lo cual en nuestros 37 de vida no representa gran cosa. Mi amiga es muy particular, digamos que ya de por sí no es la encarnación de la alegría, pero con los años se había vuelto cada vez más hermética, más huraña, más depresiva y fue como una espiral en descenso, cada vez peor y peor, hasta que vino la revelación, y ahí la cosa cambió rotundamente. 
P. remontó como nadie se hubiera imaginado que podría. Claro que sigue sin ser la alegría de vivir, pero aceptarse y mostrarnos quien era realmente le cambió la vida; supongo que le habrá generado gran alivio confirmar que ni su familia ni sus amigos cambiamos en nada nuestra relación con ella, ni nuestra percepción acerca de ella. Es más, creo que cuando lo supimos, todos pensamos: “Claaaaro, ¡¿pero cómo no me di cuenta antes?!”.
Creo que tener que falsear la propia identidad, ocultar algo que nos constituye como individuos debe ser uno de los castigos más grandes que nuestra cultura nos impone...

¡Confetis y amor para todos este finde largo!

jueves, 15 de agosto de 2013

Bochorno

Ese momento fatal en que después de apretar "Send" te das cuenta de que ese mensaje no era para el destinatario hacia el cual está viajando ya mismo, con esa inevitabilidad de la tecnología que nos rodea, mientras se te congela la respiración, mientras te ponés pálida y pensás: "¿CÓMO PUEDO SER TAN BOLUDA??".
Una broma entre compañeros de oficina llegó a las manos de un medio-jefe. El medio-jefe llamó 45 minutos después de haber recibido ese mail que no era para él. No hizo mención al mismo, pero no hizo falta. Ese raro llamado (este medio-jefe no llama casi nunca) fue su manera de decir: "Lo leí. No voy a decir nada al respecto, pero sufran sabiendo que me llegó".
Siempre encuentro la forma de superarme a mí misma.

martes, 13 de agosto de 2013

Los desvaríos

Muy de vez en cuando, particularmente cuando el teléfono suena en horarios inesperados, pienso que otra vez comenzamos con la espiral de la locura y me desespero. Se me frunce la boca del estómago y el corazón tira dos o tres latidos más acelerados de lo normal, pero después me controlo y todo vuelve de a poco a la normalidad, sobre todo cuando escucho la voz de mi papá en un tono tranquilo, que me cuenta que se fue a comprar libros, o que fue al gimnasio, o que recién llega de sus clases de griego, y entonces ahí siento que todavía no, que podemos descansar en la idea de "normalidad" un rato más.
Eventualmente el llamado llega, ya no tan sorprendente ni tan alocado, pero en ese registro diferente que más o menos puedo reconocer, y él también. Papá se ocupa de todo. De hablar con su psiquiatra, de discutir las dosis en la medicación, aun de tranquilizarme diciendo que ya se siente mejor, que la angustia pasó, que el desasosiego también.
Creo que nunca va a dejar de sorprenderme la lucidez que conserva aun cuando se le apaga la luz.

lunes, 12 de agosto de 2013

Contando votos

Ayer me tocó ser "autoridad de mesa" en las elecciones de pre-candidatos a senadores y diputados. Me sorprendió que me citaran; primero, porque nunca me había ocurrido hasta ahora, y, segundo, porque a mi mamá la citación le llegó tanto antes que a mí, que para cuando cayó el telegrama en mi casa yo ya estaba relajada de la vida pensando que había zafado una vez más. Error.
La primera reacción fue pánico; la siguiente, malhumor; la tercera, aceptación pero con nervios, un proceso medio raro que me llevó a concurrir, obedientemente, a la charla de capacitación que ofrece la cámara electoral.
Lo peor fue tener que levantarme un domingo a las 6.30 am por razones ajenas a mi voluntad. Por lo demás, estuvo muy bien; es más: tengo que reconocer que me gustó participar. Mejor así, porque según reza el mito urbano, una vez que te llaman ya no dejan de hacerlo.
Habiendo estado del otro lado del mostrador, tuve la oportunidad de comprobar en carne propia que la gente responde de acuerdo al estímulo con el que se la interpela; por esta razón, traté con mucha amabilidad a las 285 personas que pasaron por mi mesa, hice todos los chistes que pude y, en general, me esforcé por hacer que fuera un momento ameno para todos (fundamentalmente para mí, que tuve que estar en la escuela desde las 7 de la mañana hasta las 8.30 de la noche). El resultado fue que no tuvimos un entredicho con nadie, todo el mundo (o casi) devolvió la amabilidad, y la jornada en general fue mucho menos dura de lo que me imaginaba.
Después vino la etapa del recuento de votos. Ahí se juega la política, es el momento en el cual uno siente y comprende realmente lo que está haciendo y la responsabilidad con la que carga. Algo de adrenalina; 100% de atención puesta en los papelitos de colores, a pesar del cansancio arrastrado del día; alguna discusión con un fiscal demasiado metido, con otro que pretende que le firme planillas en blanco, pavadas.
Más tarde aún, al término del día, esa sensación de orgullo, de alegría, de que participaste de algo colectivo e importante, y el enorme cansancio que te invade, como una manta que te cubre de a poco.

jueves, 8 de agosto de 2013

Quién sabe


Después de todo, quién puede estar tan seguro de lo que quiere. Yo pasé muchos años diciendo un montón de pavadas, o lo que es peor: creyendo un montón de pavadas, y de pronto pienso todo lo contrario o muy/bastante lo contrario. Tal vez creo que quiero algo, pero en realidad solo se trata de un simple capricho; el clásico berrinche de la que fue hija única durante sus buenos –casi– ocho años y le niegan la felicidad del caramelo. 
Pero para ser francos, ¿quién me asegura a mí que una vez que lo logre seré feliz?

miércoles, 7 de agosto de 2013

Los mundos posibles

Para un taller bastante espectacular que estoy haciendo, tengo que inventar un mundo. Un mundo con sus propias leyes, su lógica de funcionamiento interna, sus relaciones bien establecidas, sus habitantes congruentes con el entorno; cada detalle debe ser funcional al resto y el conjunto debe ser, además, estético y armónico. Vendría a ser como jugar a Dios o al Big Bang. Y resulta bastante paradójico, porque se comprueba que uno vive pensando cómo las cosas deberían ser, qué estaría bueno que exista o cómo nos gustaría que las cosas funcionen, pero pensarlo en función de un sistema que rompa con los parámetros a los que estamos acostumbrados es, realmente, todo un ejercicio; y no me refiero solo a un ejercicio para la imaginación y la creatividad, sino que se trata también de una especie de gimnasia para la liberación.
Por lo menos, sé que hay un par de estructuras que se van a sacudir un poco a lo largo de estas doce clases.

martes, 6 de agosto de 2013

Felipe, Harry y la chochera

Don Felipe y Don Harry se están adaptando bastante bien a su nuevo hogar y nosotros también a su presencia, cosa que por más nimia que pueda parecer, no lo es tanto: es extraño tener otros seres vivos no humanos en casa, con sus propias necesidades, caracteres y tiempos. Sí, creo que llegaron en el momento justo: exagerando un poco podría decir que estábamos a diez minutos de convertirnos en esa gente amarga que solo piensa en sí. El próximo paso sería tener un perro, pero para eso nos falta todavía bastante más tiempo libre, ahora apenas si nos alcanza para un par de cobayos. Les hicimos una casita que es una obscenidad: tremendo dúplex, arriba para dormir, abajo para estar; como son muy chiquitos pusimos una rampa para que puedan subir al primer piso, pero para bajar sí que se dan maña: directamente se eyectan, o bien usan la rampa como tobogán. Es obvio que puedo pasar horas mirándolos.
La cosa es que me veo a mí misma -con un grado de perplejidad bastante asimilable al horror- hablando de "los chicos" en la oficina, en la casa de amigos, parientes, y donde más sea que me pregunten, tímidamente: "¿Y los cobayos?". Basta que yo vea asomar el interés en los ojos de mi interlocutor para que comience a compartir un montón de observaciones acerca de sus hábitos, monerías, ruiditos, gustos y preferencias, que probablemente sean de lo más soporífero para el otro, pero bueno, qué voy a hacer, ¡es más fuerte que yo! Me embalo porque los amo, son unas criaturas de lo más adorables y tan poco exigentes que dan ganas de estarles todo el tiempo encima.

viernes, 2 de agosto de 2013

De continente a contenido y viceversa


"Piensa en la situación, por ejemplo,
cuando sacas la última bolsa de basura de su caja:
tienes que tirar la caja poniéndola en esa última bolsa.
Lo que era contenido, tiene que contener ahora.
Lo que contenía, se vuelve lo contenido, lo envuelto, lo sostenido".

Lorrie Moore
Cómo hablar con tu madre

Esta me parece una hermosa y sencilla manera de reflexionar acerca de un tema tan complejo como el del envejecimiento de los padres; me encanta la manera suave y algo distante, objetiva, en que describe cómo los viejos se van poniendo cada vez más dependientes, más sumisos, menos cuestionadores, más hijos de los hijos que padres de las bolsas. No siempre esto sucede, no en todos los casos. A mi me toca, un poco. Pero la cosa tiene sus épocas.