martes, 24 de noviembre de 2015

Las novedades

No ando con muchas ganas de escribir últimamente, no sé qué pasa..., disfruto más de leer lo que escriben los demás.
Empecé terapia. Fui muy nerviosa, con tres paquetes de pañuelitos de papel y ni una gota de maquillaje; no sabía exactamente qué esperar, había olvidado lo maravilloso de las asociaciones inconscientes, el alivio con el que se sale de la sesión, esa sensación de ligereza en el alma que hace que bien valga la pena el llanto que me comí para llegar a eso. Mi analista me gustó; lo único que sé de ella es que fue madre de su hija a los 41. Por supuesto, empaticé inmediatamente. Una sesión por semana, me toca los miércoles.
Estoy aprendiendo a manejar. Esa es otra cosa nueva y positiva, una cuenta pendiente de una lista de cosas pendientes que me torturan. Decidí tomar el toro por las astas e ir tachándolas de a una. Empecé con la más práctica y rápida; el jueves rindo el teórico, todavía me quedan tres clases más de práctica, si sale todo bien, antes de año nuevo tengo el carnet!
El sábado cumplo 40 años. Me provoca muchas cosas, casi ninguna buena, y no por la edad, no temo envejecer para nada, es solo este tema del reloj biológico y de la maternidad; es el tener un video de mi cumpleaños anterior con Emilia en mis brazos e IC cantándome "feliz cumpleaños" en penumbras, es que ya llegan las fiestas, y luego vendrá enero, y se cumplirá un año del peor día de mi vida.

martes, 10 de noviembre de 2015

La naturaleza salvaje y el negocio de la alienación

Como ya dije repetidas veces, el libro Mujeres que corren con los lobos está teniendo un gran impacto en mí. No en el sentido de convertirme en el cliché de la "mujer loba" que se tatúa un atrapa sueños y se comporta como una excéntrica y ya está, como si eso fuera estar conectada con la verdadera naturaleza salvaje, como si en la pose radicara el secreto, como si los aros con plumitas lo fueran todo [digresión: amé la película "Amelie" y odié la legión de mujeres cliché que generó, y lo mismo me está sucediendo con este libro que me parece tan aburrido en su prosa como maravilloso en su contenido]. La transformación que está generando en mí es tan sencilla como suscitarme reflexiones que de otra forma no hubieran salido a la luz, y esta en particular tiene que ver con la distancia que hemos puesto, en tanto sociedad, entre nuestro cuerpo y su lectura, nosotras como mujeres. O sea, aprendimos a usar programas de la computadora complicadísimos, pero tengo que usar un palito para saber si ovulé. Me desgañito los ojos para ver si la rayita del puto test es un pelito más clara o más oscura que la de ayer, y lo llevo del baño a la ventana y de la ventana a la cocina y así, como una desquiciada paseando por la casa con palitos meados, cuando ayer a la nochecita tuve un tremendo cólico de ovulación que me duró unas cuantas horas y cuyo eco hoy todavía resuena. ¿Por qué no confío en mi cuerpo? ¿Por qué no confío en el conocimiento que tengo sobre mí misma? ¿Por qué me resulta más confiable lo que dice un palito que la evidencia de mi cuerpo? ¿De dónde sale esa inseguridad, esa ignorancia, ese desprecio? No estoy hablando de una galaxia a millones de años luz, estoy hablando de un cuerpo, el mío, que también habla y se expresa, y que para colmo lo hace siempre de manera similar. Y yo sigo esperando que la verdad me la revele un palito. ¿Qué tan alienada estoy?


PD: Los palitos me resultaron MEGA útiles para poder asociar causa y efecto, pude aprender gracias a ellos, y me ayudaron a conocerme más y toda la bola. Creo firmemente que lo primero que deberían recomendarnos los médicos cuando nos quejamos de que no quedamos embarazadas, incluso antes de mencionar la horrenda histerosalpingografía, es que usemos estos simples tests. Pero una vez que los usamos y que obtuvimos toda la información que podían brindarnos, seguir dependiendo de ellos como si fueran la verdad revelada, bueno, ya eso es otra cosa y eso es lo que me critico.


viernes, 6 de noviembre de 2015

Admisión a terapia

Tuve mi entrevista de admisión a terapia y me encontré diciendo que "siento que estoy 'bien', funcional, digamos, a costa de evitar compulsivamente los pensamientos que me hacen sufrir", o sea que siento que tapo cosas y que eso no es evolucionar, no es mejorar, no es crecer, no es avanzar en el duelo, es simplemente hacerme la boluda un rato, esconder la basura debajo de la alfombra, hacer lo que puedo. Por ejemplo: yo no lloro ni lloré todavía por todo lo que sé que no voy a poder hacer nunca con Emilia, porque no pienso en eso. El simple hecho de estar escribiendo esta frase en el post, así, algo tan simple como eso, hace que se me llenen los ojos de lágrimas, que se me cierre la garganta, que se me ponga la nariz colorada mientras un millón de agujas invisibles me pinchan su punta. Entonces evito pensar en eso. Y así hago con todo; ya ni me acuerdo cuándo fue la última vez que vi un video de ella, por decirte. Decidí ponerle un fin a esa conducta evitativa el día que pedí turno en terapia, y sinceramente fui con mucho miedo, porque sé a qué me enfrento. De hecho, las lágrimas salieron expulsadas en cataratas ni bien la psicóloga me preguntó: "¿Cómo estás? ¿Qué te trae por acá?". Silencio, mueca, llanto, dedo levantado como pidiendo un minuto, más silencio, pañuelitos, dos o tres intentos de hablar, y finalmente: "Vengo porque el 28 de enero pasado murió mi hija". Y ese fue el primer paso en una nueva dirección.