martes, 31 de diciembre de 2013

2013

Este año lo empezamos tirando cañitas voladoras en las frías calles de Berlín. Veníamos de un 2012 vertiginoso que había incluido un embarazo, un legrado y un casamiento, todo eso concentrado en los últimos 5 o 6 meses del año. En noviembre nos casamos, juntamos plata y nos fuimos de luna de miel al viejo continente. Yo, que nunca había podido volver, finalmente cerré el círculo de los recuerdos infantiles. Caminando por calles heladas pude contarle a IC: "Mirá, este fue mi jardín de infantes", "Acá viví", "A esta plaza me traía a jugar mi papá", "Acá patinaba", "Estas galletitas eran mis preferidas" y así, una reconstrucción biográfica que fue posible gracias al cuadernito de tapa roja que mi mamá conservó de aquella época, con todas las direcciones anotadas con su letra redonda y gordita, las "N" y "M" para adentro, como puentes exagerados.
Después volvimos y me animé a emprender desafíos nuevos, un taller literario, uno de ilustración, abrí este blog, conocí gente copada; retomamos los estudios de fertilidad, llevamos a cabo una ICSI que no funcionó, nos ilusionamos y desilusionamos en partes iguales, pero también nos fuimos reasegurando y comprometiendo cada vez más con el proyecto de la familia que teníamos deseos de armar. Y cuando ya estábamos dispuestos a cerrar la cortina de este año enfocados en el que vendría... zácate, LA sorpresa, esta nueva oportunidad que parece estar germinándome adentro.
Qué puedo decir. Gracias 2013. Ojalá el 2014 traiga esta nueva vida a la tierra el 27 de agosto, como pronostican las calculadoritas de embarazo online que consulto como al mismísimo oráculo. Ojalá este deseo mío se cumpla, ojalá el deseo de tantas parejas se cumpla, ojalá se cumplan todos los deseos de todas las personas que realmente desean algo desde las entrañas, sea lo que sea.

¡Feliz 2014!
Nos deseo a todos lo mejor.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Cómo se enteró la familia

Que sí, que no, que la parrala. Mil internas con IC respecto de cuán amplio iba a ser el círculo conocedor de la buena nueva: que es muy pronto; que si sale mal tu familia se pone re pesada; sí, es cierto, pero también les quitamos la posibilidad de ir participando del proceso (además, si nos prenden una velita o nos rezan un poco capaz que ayuda); bueno hacé lo que quieras; no, no, necesito que estemos de acuerdo; ok, te banco pero se los decís vos. Chan. Yo siempre me quejo de que mi mamá no tiene gran manejo emocional de las situaciones, pero omito decir que yo tampoco; y ahí estaba, frente a la enorme tarea de comunicar LA noticia a la familia. Nochebuena era el día, pero ¿cómo? Lo único que sabía era que no quería nada lacrimógeno. Improvisé: "Tengo dos noticias para darles, una buena y una mala. La mala es que la mitad de las papas de la ensalada rusa se cocinaron mal y los tres kilos que tenemos son un asco. La buena es que estoy embarazada". (?) Primero silencio, después caras de "hombres trabajando" y finalmente algarabía generalizada, mucha risa, mucho abrazo, a nadie le importaba ya mi incomible ensalada rusa :)
Igualmente a las doce brindando con IC hice el esperable papelón de las lágrimas que salen a borbotones, pero bueno, qué puedo hacer, mucha emoción, demasiada navidad para mí.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Cómo se enteró IC

Siempre quise hacer la gran Disney: "No me viene / pis en el palito / salto de alegría / se lo digo a IC de alguna forma original y emocionante", y esta vez parecía que iba a tener mi oportunidad. Por eso el viernes, antes de salir corriendo a la clínica para tener la confirmación de la confirmación, tuve la precaución de esconder la caja del test con el palito adentro bien al fondo de un cajón que uso yo y solo yo en el mueblecito del baño. Después salí corriendo y toda la historieta que ya conté. Una vez en la oficina, con el 288 de la beta positiva tatuado en mis retinas, andaba yo inventando y descartando las mil y una maneras de decírselo, cuando intempestivamente recibo un mensaje de Whatsapp de IC que pregunta, sin preámbulos: "¿Te hiciste un evatest?". Yo: cursor titilando. Él: "¿Algo que me quieras contar?". Yo: cursor titilando. Como no contestaba, IC pensó que había dado negativo y me dijo: "No importa, hablamos más tarde mejor". Yo: cursor titilando. Shit. Algo había salido mal y ya no me quedaba más remedio que decírselo; lo contrario hubiera sido ocultar vilmente información. Lo llamé: "Qué me olvidé?". "La tijera y el sobrecito arriba del tacho de basura". Gggrrrppfffffsss!!! Qué pelotudaaaa. Plan B: "Ok, andá al baño, fijate en el cajón tal, buscá una caja al fondo". "Sí, sí, te digo que está, buscá más al fondo". "Sí, detrás de las toallitas". "Abrila y agarrá el palito". "¿Qué ves?". Su voz, emocionada, contestaba del otro lado: "Positivo". Y ya, me emocioné yo también y por unos segundos no pudimos seguir hablando.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Mi regalo de navidad

El viernes pasado, a la salida de la oficina, volví como acordado a la guardia del hospital a llevar el resultado de la beta. En el medio me había dado la paranoia de que seguro que algo andaba mal: o la beta era baja y no me estaba dando cuenta o se habían equivocado de sangre, o no sé, algo. Estaba a la espera de la mala noticia, pero no: la médica miró el resultado y me dijo que estaba muy bien. Como la bombardié con mis antecedentes de embarazo detenido-tratamiento de fertilidad negativo-algunas manchas oscuras aisladas-tengo un miedo irracional me hizo una nueva orden para repetir el análisis el lunes. Me tenía que dar alrededor de 700; me dio 1400. El médico de la guardia me dijo (SIC): "Está todo perfecto, andá sacándote turno con un obstetra, mientras te mando a hacer estos análisis de orina y sangre, blablá", y ahí sí, mi corazón aliviado se soltó a andar al ritmo de la felicidad -que es el de la taquicardia-, y las piernas me temblaron de alegría y por primera vez las puertas del hospital me vieron salir con una sonrisa ancha, grande y generosa estampada en el medio de la jeta.
Flor de regalo de navidad.

viernes, 20 de diciembre de 2013

POSITIVO (Me vuelvo loca)

Durante las últimas 24 horas repetí "nopuedeser-nopuedeser-nopuedeser-nopuedeser" como un mantra destinado a mantener mi volátil imaginación a ras del suelo, porque ya sabemos que vuelo con mucho facilidad y también sabemos que a mí esas cosas no me pasan.
El miércoles, cuando fui al consultorio del doc para programar el segundo intento, era el día en que me tenía que venir. Manché oscuro y nada más. "Mmmmh... raro, esto ya lo conozco", pensé y me fui al médico. El resto del día, nada. Al otro día agarré un test de embarazo que tenía en casa y me lo hice "así me da negativo y me viene". POSITIVO. ¡Me cache en dié! Lo miré de arriba para abajo, consulté una y otra vez el instructivo, había dos rayitas pero el test estaba vencido, así que decidí que ese resultado alentador era falso. Me dije: "Esperás un día más, si no te baja, comprás un evatest y chau picho". Y así fue como llegamos a esta mañana de viernes, cuando salté de la cama al escuchar el despertador. Corrí primero a bajarme la bombacha para comprobar que todo seguía ok y luego a agarrar el evatest. No pasaron más de cinco minutos de ahí a la cruz positiva dibujándose suave y sorprendente en un palito que temblaba como loco, al ritmo de mis manos. Me miré en el espejo: sí, efectivamente, estaba tan pálida como lo presentía. Miré el reloj, me vestí y salí corriendo a tomar el 110 con el corazón en la boca y las piernas agotadas como después de rendir un final. Me fui a la guardia de ginecología de la clínica. "Mirá, vengo porque tengo dos evatest positivos". Me hicieron la orden, me saqué sangre, todo en una espiral vertiginosa. El residente que me atendió me dijo: "desde ya te digo que son muy raros los falsos positivos" y yo sonreí, al borde del desmayo. Me sacó sangre un chico piadoso que al ver la anotación "URGENTE" me avisó que en una hora y media tenía el resultado y que lo podía ver por internet. Sí, sí, ni te preocupes, ya estoy entrenada en estos vericuetos.
Y otra vez lo hice, otra vez caí en la trampa y abrí el pdf ni bien vi que decía "finalizado". Acá, en la oficina, por segunda vez en 30 días. Me abalancé sobre el monitor para ver mejor, para estar segura, para recorrer con mis dedos esos números que mis ojos se negaban a creer, acostumbrados a una rutina de lágrimas detrás: 288. Beta de 288.
Estoy embarazada. Y no lo puedo creer.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Los "NO"

Toda mi listita de preguntas se encontró con rotundos y categóricos "no":  "No, no me tengo que hacer ningún estudio complementario que pueda descubrir nada nuevo"; "No, no hace falta aplicar ninguna técnica extra que no hayamos usado en el intento anterior"; "No, no podemos esperar que sea una gran productora de óvulos, nuestro mejor pronóstico pueden llegar a ser 6 o 7 y ni siquiera esos me puede prometer". Hubo también un "sí": sí, vamos a cambiar el protocolo de medicación (cosa que siempre se hace en los sucesivos intentos) y vamos a aumentar un poco la dosis. En conclusión, todo salió bastante bien en primera vuelta, solo nos falló la implantación, cosa que está dentro de las probabilidades normales.
Me gusta su franqueza y su calma. Me dan seguridad.

martes, 17 de diciembre de 2013

Las preguntas

Anoto en un papelito arrugado un montón de precisiones técnicas, todas ellas seguidas por un signo de interrogación. Hace un año atrás no habría sabido qué corno significan términos como "columnas de anexina" o "natural killers", pero ahora manejo esos datos como dardos afilados que le voy a lanzar a mi médico mañana cuando lo vuelva a ver. Es como un gran déjà-vu: de nuevo en el mismo lugar, calendario en mano, recetario de por medio, poniéndonos de acuerdo en pasos y medicaciones. Pero también es distinto, porque esta vez no voy a ser complaciente; esta vez voy a apretar las clavijas y a preguntar por qué. ¿Por qué si estoy normal de reserva ovárica para mi edad produje la misma cantidad de óvulos que las chicas con baja reserva? ¿Hubo una falla en la medicación? ¿Hay algo más que debamos investigar? Y así, un millón y medio de preguntas más, que anoto en mi papelito arrugado, de un lado y del otro, con signos de interrogación al final. No quiero que la emoción de saberme ahí, ante de las puertas entornadas de una nueva oportunidad me hagan olvidar ninguna.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Leer en público

La anécdota con el rojo venía más bien a explicar por qué tampoco me gustaba demasiado el tema de las miradas sobre mí. Durante mucho tiempo siempre fui "la nueva", la que se paraba al frente de la clase y tenía que decir cómo se llamaba, de dónde venía y esperar que le asignen un banco. Al principio lo sufría una barbaridad. Con el correr del tiempo lo fui naturalizando, y como de ahí a la sobre-adaptación hay dos pasos, a lo último ya nadie se daba cuenta de lo mal que la pasaba. Ni siquiera mis padres: es el día de hoy que mi mamá sostiene que yo siempre fui de adaptarme requete bien.
La herencia de todo esto es que de más grande desarrollé un temor medio irracional a las situaciones que exigían "estar frente a", léase clases grupales en la facultad, hablar en público, contar una anécdota delante de gente desconocida, rendir un final oral, qué se yo, cosas aisladas que tuve que ir superando a costa de un gran esfuerzo de actuación. Y si empecé este texto diciendo que no me "gustaba", así, en pasado, el tema de las miradas sobre mí, es porque creo que a fuerza de tanto actuar, el personaje se comió a la actriz.
Buah, tampoco la pavada, pero hice mis notables progresos. El sábado pasado participé de la muestra de fin de año del taller literario; tenía que leer un monólogo con micrófono frente a bastante gente desconocida, en el marco de una muestra colectiva de los trabajos del taller. Creí que me iba a quedar sin voz o que me iba a temblar tanto que iba a ser un papelón. Que mis manos iban a parecer mariposas atadas a una hoja A4 tratando de escapar. No sé, que me iba a doler el estómago o que iba a transpirar frío. Pero nada de eso sucedió y puedo decir, no sin sorpresa, que hasta un poquito lo disfruté. Actué y la pasé bien. Lo cual, en términos biográficos supone también la superación de una etapa no muy feliz en mi desempeño social, cosa que me llena de orgullo, por el simple hecho de haberme animado.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Mi historia con el rojo

Tengo un tema con la mirada de los otros que me viene de muy chica. Está ligado a un recuerdo de los primeros días en el jardín de infantes, en un país extranjero cuyo idioma desconocía, cuando la maestra me obligó a salir al patio para socializar con el resto de mis compañeros en vez de quedarme entre sus polleras, como había hecho durante la primera semana. En principio la intención estuvo bien, pero fue ejecutada con un método tan brutal que no se puede creer: me llevó al patio engañada y ni bien puse un pie afuera cerró sorpresivamente la puerta tras de mí, sin avisarme. Nada, me tiró a los leones. Ni bien me di cuenta de la trampa, giré aterrorizada y empujé la puerta con toda la fuerza que me cuerpito de 4 años me permitió. No sé de dónde saqué la polenta para compertirle a un adulto, pero lo cierto es que con mis dos trencitas le presenté batalla. Por supuesto que después de un breve tira y afloje la puerta se cerró maciza, sonora, y yo me quedé llorando angustiada del lado de afuera, con mi campera roja. Quedé paralizada, chupándome el dedo, clavada en el patio, y el semicírculo apretado de chicos curiosos no tardó en formarse a mi alrededor. Me miraban y me hacían preguntas que yo no podía entender; supongo que preguntaban qué me pasaba, que por qué lloraba, pero yo no entendía y solo me quería ir. Como Lorenzino. Que tanto tiempo después haya estudiado Cs. de la Comunicación es un dato que en este contexto se explica solo.
Tengo 38 años y es el día de hoy que no puedo contar esta anécdota sin que me den ganas de autoabrazarme, de lo mal que lo pasé. Recuerdo como si fuera ayer las miradas clavadas en mí, la impotencia de no poder comunicarme, el miedo de estar ahí sola  y la enorme congoja que me hacía llorar con hipo. También me acuerdo del brazo izquierdo de la campera lleno de mocos. No recuerdo mucho más, no sé cómo terminó el día.
Ya de grande, un día reparé en que no toleraba usar ropa roja. No entendía por qué, el color me gustaba, solo que no lo podía llevar puesto: sentía que llamaba demasiado la atención. Hice terapia, traje a colación este recuerdo y ¡milagro!: volví a usar rojo.
Qué increíble es la mente.

martes, 10 de diciembre de 2013

Ganas de agenda

En la lista de cosas a comprar tengo anotado -además del arbol de navidad y sus enseres recientemente incluido- "una agenda". No sé cuál, pero tiene que ser especial, nada de esas agendas hechas por montones. Tengo muchas ganas, no, mejor dicho, tengo ansiedad por comprar una linda y particular agendita 2014 y ver todas sus páginas en blanco y sentir la calma que me provoca saber que tengo tantas opciones por delante, aunque el entusiasmo por rellenarla con anotaciones redonditas y prolijas me dure, con suerte, dos meses, y también aunque cada una de esas opciones tan libres y románticas en mi fantasía de hoy la más de las veces se reduzcan a la rutina de la vida diaria, a la oficina y al tupper y al colectivo de mañana y a todas esas responsabilidades que por ahora decido no modificar. No me importa. No me importa porque saber que tengo ese tiempo por delante me llena de alegría y de optimismo, y me hace sentir que todo está ahí, posible y disponible para ser usado-vivido-estrenado-disfrutado-cambiado, ahí nomás, al alcance de mi mano, o tal vez un poco más lejos, pero ahí, ahí para mí, para todos; y entonces me invade una felicidad repentina como una ola de mar bravío, y se me humedecen los ojos (porque soy tan pero tan llorona que hasta sentir felicidad me da emoción), y me dejo llevar por esa sensación de diciembre y fiestas que pende en el aire como guirnaldas, como mi sonrisa.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Viernes

Viernes. Viernes con luz de verano y olor a cerveza y festejo de que por fin llegaste, viernes, que prometés muchos ratos de algodón y anticipás sábado y domingo de descanso y de amor, y de compras, limpieza, lavado de ropa, y seguro que algún que otro roce, también, porque la vida, ya sabés, pero muchas horas y horas de placer y sonrisas, y algún que otro plan que no voy a cumplir, seguro; también cobayos peludos gruñones que me harán reír, películas, series, tal vez un libro si logro concentrarme un rato, pero no, no creo, con IC cerca siempre prefiero icerear, y después que todo pasa tan rápido: los baños, el olor a fruta fresca y el perfume estival, la piel tibia, la siesta con las cortinas blancas meciéndose y después un poco la angustia del ocaso también, la noche, las estrellas, el reloj que avanza incansable y se va llevando nuestra diversión para acercarnos de nuevo al yugo. Pero no importa, que avance, que sus agujas movedizas no van solas; él avanza, pero yo también, IC también, el sol, la alegría, el amor avanzan y vienen y van, pero lo bueno es que siempre vuelven.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Lo que quedó de las vacaciones

Del sueño de las vacaciones en playas brasileñas de arenas blancas, cocoteros y mucho mar, pasamos a las más modestas en carpa conociendo algún lugar nuevo dentro del país, y de ahí saltamos a la realidad de que si queremos intentar de nuevo no nos podemos ir de vacaciones. Hay algunos días entre la ecografía inicial y los días subsiguientes donde, más allá de los pinchazos diarios, uno es libre de moverse por ahí, pero la necesidad de mantener refrigerada la medicación ya de por sí nos tacha la carpa de la cabeza. Para ir a algún lugar con heladera tenemos que alquilar o ir a hotel y los números se nos están poniendo estrechos. Al mismo tiempo, entiendo que son nuestras únicas vacaciones del año y que si este tratamiento también llega a fracasar nos vamos a querer morir de quedarnos sin el pan y sin la torta (más yo que IC, por supuesto, porque tengo un carácter mucho peor y soy holgadamente más mañosa). Una quinta sería una alternativa ideal que nos permitiría tener vacaciones y hacer el tratamiento en simultáneo, pero por lo que estuve averiguando valen más o menos lo mismo que un tercer intento, así que dejémoslo ahí: está claro que prefiero tener la tercera vuelta, si hiciera falta.
Conclusión: andamos sacando cuentas de cuánto saldría comprar un buen aire acondicionado para pasar enero lo más frescos posible en casa. Sí, suena bastante chotito; sobre todo porque el sol da de frente toda la tarde en verano y el departamento tiende a convertirse rápidamente en un sauna. Lo peor: desde mi insolado balcón se escuchan magnificados los chapoteos y grititos de algarabía que llegan de la pileta de los de enfrente (malditos afortunados).
Pero si sale bien... ¡Oh, qué alegrón y qué me importan las vacacionessss!

martes, 3 de diciembre de 2013

La tormenta

Todas las mañanas antes de venir a trabajar me clavo un incesante zapping entre los canales de noticias para encontrar al tipito que me dice la temperatura y el pronóstico. Siempre, o casi, termino acordándome de él, de su mamá, de su abuela y compañía, en ese u otro orden, dado que le pifian más que yo con la corazonada de la ICSI positiva. No puedo explicar de manera razonable por qué sigo haciendo caso del estúpido pronóstico; supongo que soy de esas personas que nunca pierden las esperanzas, o que soy lo suficientemente "control freak" para querer anticiparme a todo, o que no me gusta andar incómoda por la vida, ya sea con calor, frío o mojada. Como sea, ayer, por supuesto, no fue la excepción. El señor del clima me dijo, mirándome a los ojos, que no me preocupara, que iba a haber un sol radiante, que a los chicos que no tengo tenía que vestirlos con shorts y a la lona, y que no lleve paraguas porque no iba a llover hasta la noche. Y yo, como es de esperar, salí sin paraguas.
Para cuando me subí al colectivo a la salida del trabajo, estaba todo completamente encapotado. Que era inminente que se iba a caer el cielo pasó de simple hipótesis a realidad contundente con las ráfagas tipo zonda que, unos minutos después, nos hicieron sacudir en más de una esquina. Una violenta cortina de agua nos impedía mirar por la ventanilla tanto como nos obligaba a respirar el aire viciado y húmedo del interior del colectivo, que, para colmo, venía atiborrado. Cada tanto subía algún transeúnte empapado que nos iba anticipando la que se nos venía cuando bajemos. Horror. Ahogada, pegajosa, empecé mi habitual rosario de puteadas contra el gordito de un canal, el gil del otro, la chiquita de la minifalda de un tercero, el ex chico de programas de música de un canal más arriba, y así.
Pero, ¡oh, sorpresa! Unos 35 minutos después, cuando bajé del colectivo, no solo ya no llovía, sino que además había un arco iris enorme recortándose entre las nubes todavía cargadas. Los sentidos metafóricos y las analogías que se pueden hacer con esta anécdota climatológica son tantos que no los voy a enumerar, pero se entiende que la moraleja es tan pero tan optimista que me la quiero tatuar.
Hay que mantenerse positivo y esperar lo mejor. Siempre.


lunes, 2 de diciembre de 2013

Los números, las cuotas, los negocios

La institución en la que hicimos el primer intento ofrece, para los socios de Osde, un plan de pagos. Yo no tengo dicha obra social, pero IC sí (el plan más bajo, pero Osde al fin), así que en su momento nos acercamos a averiguar de qué se trataba el famoso "Plan 1000". Aclaro antes que nada que cuando uno está entusiasmado con que finalmente va a encontrar la solución a todos sus problemas está más que bien predispuesto, por lo que puede ser que no hayamos leído la letra chica y que no nos hayamos preocupado especialmente por el tema de los vencimientos, las cuotas, los montos, etc., sobre todo porque eramos muy optimistas y no creímos que fuéramos a llegar a un segundo intento. JA, ilusos.
"El plan" te ofrece dos tratamientos de alta complejidad (dos módulos, los llaman) cada uno a pagar en seis cuotas. Doce cuotas en total. Es decir que como yo pagué la primera cuota en octubre, la última cuota del primer tratamiento se me vence en marzo. Perfecto.
En mi ingenua cabecita de Alicia en el país de las maravillas resultaba MUY lógico que, independientemente de cuándo uno decidiera hacer el segundo intento, todas las cuotas fueran consecutivas. O sea: doce cuotas = doce meses = empecé en octubre de 2013, termino en octubre de 2014. No. Error. Para nada. Ahora que me estoy poniendo en campaña para ir por la segunda vuelta me entero de que antes de empezar el segundo tratamiento tenés que tener cancelado el primero y, además, como si eso no fuera suficiente, tenés que tener pagas también las tres primeras cuotas del segundo módulo. Es decir que si querés hacer los intentos seguidos no te financian más de cinco cuotas en total. Está bien, lo que resta del primer tratamiento lo puedo pagar en dos veces, pero igual es una millonada de plata. Es prohibitivo. Y acá es la parte en la que me agarra la ira y el instinto pirómano contra la institución y sus cristales impolutos y sus sillitas Bauhaus y sus monitores que te taladran la cabeza con la maravilla de la vida que te dejan tocar con las puntas de los dedos. Podes con tus sueños siempre que el cuerpo te deje, pero sobre todo siempre que te alcance el dinero, porque la ciencia, la vida, la medicina, you know, darling, nada es gratis en esta vida, nada le escapa al negocio, ni siquiera la vida, nada.