lunes, 30 de marzo de 2015

Volver a las andadas

La vida se renueva a pesar de todo, las esperanzas nunca se pierden, y acá estoy de nuevo, mañana tras mañana haciendo pis sobre un palito, esperando descubrir si ovulo, cuándo. Y otra vez los viejos miedos, el no saber si vamos a poder, la perspectiva de volver a encarar tratamientos de fertilidad, todos viejos conocidos a los que se suma la confusión propia del duelo que estamos haciendo.
Resulta que este mes ovulé el día 17 del ciclo. Resulta que tras que no somos la mar de la fertilidad mi cuerpo hace estas cosas copadas, ayudando a complicarlo todo. Y yo sin saber.
Cuántos meses no le habremos embocado ni de casualidad...

El sueño

Primero soñé que tenía otra hija. Era muy chiquitita, arrugada, rojiza y calma, y yo escrutaba impaciente cada milímetro de su cara de recién nacida para ver si se parecía a Emilia. Recuerdo pensar que era demasiado pronto para decir, y también que me sorprendía de cuánto comía. Recuerdo el gesto de apretarme el pecho izquierdo para que saliera leche por primera vez, y volver a ver ese puntito blanco, néctar de vida, emerger desde el fondo de mi ser a través del centro del pezón. Y luego las cosas se pusieron confusas y soñé lo que siempre rogué no soñar nunca: soñé que Emilia estaba en la cama donde la vi por última vez y que yo estaba sobre ella, cubriéndola por completo con mi cuerpo y mi calor. Yo charlaba tranquilamente con mi familia, como si hiciera rato que estuviéramos así, como si fuera normal. Y de pronto sucedía el milagro: ella apretaba sus párpados cerrados. Revivía. Resucitaba. Volvía a mi plano, estaba conmigo.
Aun en el sueño yo comprendía que había algo que no cerraba, y me preguntaba dónde había tenido su cuerpito todo este tiempo, de quién era entonces el cuerpo en el pequeño ataúd que yo misma, con mi marido, alcé en Chacarita. Igual, no importaba: de haber tenido tiempo mi mente hubiera inventado una justificación que le cuadre. Pero no, no lo hubo.
Y luego la horrible decepción de despertar.

lunes, 16 de marzo de 2015

El ejercicio

Le di besos en la boca. Todos los que me dijeron que no debía darle, todos se los dí y lo agradezco tanto. No me guardé ninguno en el tintero, se los llevó todos puestos.
Durmió conmigo, al lado mío, encima mío, en mis brazos, sobre mi falda, apoyada en mi hombro, en mis panza; durmió plácida y calma y feliz, a pesar de los "Mmmmhhh... cómo la vas a malcriar", y lo agradezco tanto, pero tanto.
Desde que pudimos traerla a casa jamás me separé de ella  más de seis horas (y fue una excepción, porque tuve que ir al médico y hubo una demora infernal) y no creo que hayan sido más de cinco las veces que salí sin ella en toda su vida. Y lo agradezco tanto.
Le canté mil canciones -siempre por la mitad porque soy malísima con las letras-, le inventé más apodos de los que puedo recordar, la desperté con alegría todas las veces que despertó, perdí la paciencia solo cuatro o cinco veces (que yo recuerde).
La bañé jugando, la cambié jugando, le di de comer jugando, la saqué a la calle jugando, la llevé al quirófano jugando. Y lo agradezco tanto.
La tuve, la hice nacer, la disfruté, le di la mejor vida que pude, la mejor vida que supe. Y ella me lo agradeció siendo ella. Tan hermosa, tan Emilia.
Si tuviera una llave que me permitiera dar vuelta el tiempo jamás de los jamases de la tierra de Nunca Jamás cambiaría los cinco meses y una semana que pudimos vivir juntas. Agradezco cada uno de esos instantes; valen absolutamente la pena que siento hoy.

*Gracias Maga por recordarme agradecer.

El difícil camino de mejorar

La mente nos tiende trampas todo el tiempo. Por lo menos la mía, que es bastante turrita. Desde que Emilia pasó a su nueva dimensión no volví a sentirme feliz, ni siquiera contenta, y me pregunto si alguna vez voy a volver a serlo. Por lo pronto, lo que está empezando a pasarme es que por unos breves instantes logro entusiasmarme con algo, ya sea un plan, un proyecto o una idea, pero zaz, apenas me hago consciente de esa sensación de bienestar recuerdo su ausencia y me da un pinchazo amargo en el corazón.
Y me entristezco. Y me siento culpable. Como si la traicionara, como si la olvidara.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Irreal

Estoy sentada otra vez frente a mi monitor, en la oficina. El mismo monitor en el que vi el número más maravilloso de mi vida, el 288, y frente al cual, 13 meses después, lloro varias veces al día de manera casi automática, entre tarea y tarea.
Volví a trabajar el lunes y estoy contenta, pero igual lloro. Lloro porque sí, porque la extraño, porque todavía no me lo creo, porque lo revivo con cada pregunta, con cada pésame, con cada abrazo en silencio. Lloro porque sí, porque estoy triste aunque me ría, porque me hace falta, porque no lo controlo, porque llorar parece haberse convertido en un ejercicio emocional incombatible, inevitable, instalado en este nuevo yo que soy a partir de ella, mi Emilia.

jueves, 5 de marzo de 2015

Volver

Mañana salimos para Buenos Aires. Siento que con cada uno de los muchos kilómetros que pateamos con IC -varios de los cuales hicimos llorando-, procesamos un poquito más toda esta aventura llamada Emilia, con todo lo hermoso y todo lo terrible que conllevó ese bellísimo pedacito de vida. Pero también siento que con esta lejanía pusimos entre paréntesis la vida allá, con el normal curso de las cosas. "Enfrentar" es lo que se me viene por delante, y me asusta.
El lunes se viene la vuelta a la oficina después de siete meses de ausencia y la ansiedad se resfriega las manos... De solo imaginarme un montón de gente a la que le importo NADA haciéndome preguntas por puro morbo me desmayo. No lo digo por mis compañeros de oficina que son el amor personificado, sino por toda esa gente con la que uno habla por teléfono, trabaja free lance, etc. y que mi mente jodida se imagina preguntando por mi amada Emilia mientras se pinta las uñas detrás de un mostrador. Ya sé que no va a ser así. Ya sé que seguramente mis compañeros advirtieron a todo el mundo. Seguramente nada va a ser tan terrible, pero qué ansiedad...