miércoles, 26 de julio de 2017

Señales de vida

Ya casi un año. Miro debajo de la cama a ver si ahí se voló el tiempo, pero no, cada hojita arrancada de un calendario cada vez más desnudo me recuerdan que vivimos cada hora, cada minutos, cada segundo, ninguno se voló ni se escapó. Acá estamos. Elena con 11 meses y 5 dientes a punto de ser 7. Doce kilos de puro amor, una osa de energía y vitalidad infinita que se para, camina unos pasos agarrada de algún juguete, dice mamá, papá y "Bbba" (el mono Bubba), come con un placer que evidentemente heredó de la familia y suele sonreír desde que se levanta hasta que se acuesta. También vivimos la primera fiebre, la primera otitis, el cansancio infinito y la necesidad de seguir haciendo cosas, la rutina que se engancha con el trabajo que se engancha con el placer, todo en un bucle infinito que va arrastrando los días. Elena ríe mucho pero también se queja mucho, llora mucho, quiere upa cuando está en el piso y piso cuando está a upa, y duerme entrecortado. Nada es perfecto, pero qué puede ser imperfecto, comparado con lo que pasamos. Los días, los meses me pasan como poste; yo no los alcanzo, siempre estoy atrás. Pero no me importa, siempre estoy atrás, pero con una sonrisa. No me importa que pase el tiempo, no me importa envejecer un día más, no me importa. Por primera vez, nada de eso me importa.
Con IC tenemos días que parecen caídos del paraíso, en los que todo es amor y comunión, y tenemos días en los que me dedico a fantasear con lujo de detalles cómo armaría la casa si me separara; así de intensa es la maternidad. Tampoco me importa: lo amo, sé que es una fase.
A veces me pregunto cómo sería, cómo sería si estuviera Emilia acá también, si estuvieran las dos, mis dos hijas revoloteando por la casa. Me las imagino y sonrío. Su ausencia ya no me duele con ese dolor amargo que no me dejaba respirar, pero la extraño, la pienso, la imagino y se me nubla la vista por ella cada día. Pero ver crecer a Elena es un bálsamo, una bendición, una recompensa, un regalo y sobre todo, una sorpresa que se renueva cada día, porque el asombro es infinito, infinito como sus ojos, ese túnel en el que me pierdo cada vez.

Elena, la alegre