viernes, 14 de marzo de 2014

El viaje

Entre sexto grado y quinto año viví siete años en una provincia del interior del país. Recuerdo esa etapa con mucha felicidad, no solo porque fue el primer período de estabilidad geográfica en mi vida, sino porque por primera vez habitaba en un lugar donde se podía jugar en la vereda. Nuestra casa tenía un patiecito con pasto, una parrilla y dos árboles, y solo eso ya marcó una diferencia enorme para todos nosotros, pero sobre todo para mi hermana y para mí: en el verano se abría la temporada de pelopincho y almuerzos bajo el duraznero, jugábamos a manguerearnos, nos tirábamos bombitas de agua, andábamos en patas. De ese patio también me acuerdo las noches hacia el final de mi estadía, cuando salíamos con mamá a fumarnos un puchito y a mirar las estrellas, siempre hablando de bueyes perdidos, tiradas en alguna reposera de playa.
Además de tantos hermosos recuerdos, de aquella época me llevé también muchas de mis más queridas amigas. Por suerte vinieron a estudiar a Buenos Aires como yo, así que tuvimos unos años extras, los mejores, de yapa. En el medio mi familia volvió a radicarse en Capital y a la larga allá en la provincia solo me quedaron ellas, que al terminar sus carrera, algunas antes, otras después, todas se fueron volviendo al pago. De esto hace una pila de años, como catorce, pero desde entonces seguimos manteniendo nuestra amistad como una bandera. Al principio sobrevivió a base de llamados telefónicos, mails y hasta cartas. Después llegaron el chat, los celulares y sus mensajes de texto, Skype, ahora Whatsapp y paradójicamente cada día vamos sintiéndonos más cerca, más cotidianas. En todos esos años yo fui millones de veces a verlas y ellas vinieron otras tantas. Nos caímos de sorpresa, nos mandamos encomiendas, hice trámites del título de alguna, me bancaron veranos enteros. A veces pasaron dos años sin que nos viéramos, pero jamás importó. Bastó que nos reencontremos para sentir que fue ayer, que somos hermanas, que siempre estuvimos y siempre estaremos.
Últimamente estuve pensando mucho en ellas, en cuánto las quiero y cuánto las extraño, más allá de que esa nostalgia ya se haya convertido en costumbre, y decidí ir a verlas para pascuas; sola, sin IC. Quiero tener mi ritual, el viajecito de despedida de la vida pre-bebé. Que me vean con panza, que charlemos, tomemos mate y riamos durante cuatro días. Como frutilla del postre, mi amiga N., la de Córdoba, que también es del grupete y también está embarazada, decidió lo mismo.
Así que va a ser un hermoso aquelarre, y yo no veo la hora de que llegue abril.

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