viernes, 3 de octubre de 2014

Cada 15 días

A veces, cuando Emilia se pone morada de llorar hasta que le tiembla la barbilla, me acuerdo de que tiene un problema en el corazón, de la saturación de oxígeno, de las operaciones, y que pin y que pan. O cuando en el silencio de la noche escucho el pffff pfffff pfffff de su bombeo. O cuando voy a la cardióloga o a la neonatóloga. El resto del tiempo me olvido por completo.
La última afirmación que algún cardiólogo hizo decía que a los 40 días seguramente iba a haber que operarla, que la insuficiencia cardíaca iba a aparecer con el aumento de peso, y demás, pero la cosa es que vamos por los 42 y ni noticias. Nadie se anima ya a hacer predicciones porque está claro que Emilia vino a este mundo a romperlas. O a desautorizar a su doctores, no sabemos. Pero la cuestión es que, lejos de operarla, el viernes pasado, después del ecocardiograma de rutina y mientras limpiábamos el gel de su pechito, nos informaron que estaba diez puntos, que ya había cumplido un mes y que a partir de ahora los controles iban a ser cada quince días. La misma cardióloga que en la primer entrevista post-alta nos confesó que no dormía por el caso de Emi, ahora me respondía sonriendo que sí, que tranquila, que cada quince días está bien, que ella está genial, que estas cosas no se manifiestan de un día para el otro con una saturación del 93%.
Yo ya no sé. Estoy feliz, estoy confiada, estoy disfrutando. Estoy aprendiendo a conocerla, entendiendo su lenguaje de llantos, grititos y gruñidos. Voy metiendo la pata, corrigiendo y sacando conclusiones de lo que está bien, lo que está mal, lo que quiere, lo que no, en fin. A ser mamá me di cuenta que se aprende, y en la exploración de ese maravilloso universo es se me van las horas.

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