jueves, 22 de agosto de 2013

La preocupación

Eso es lo que creo que cambió entre mis amigas y yo desde que nos conocimos, a los doce o trece años, hasta ahora: el nivel de preocupación que tenemos respecto de todo. No es que la vida se va poniendo más difícil, ni que el trabajo cotidiano y las responsabilidades son un flagelo, como nos vaticinaron de chicas algunos adultos (aunque, tal vez, estos factores un poco colaboren); el tema diferencial -para mí- es la conciencia que se tiene respecto de todo lo que nos pasa y nos hace huella constante; la capacidad de prever, de anticiparse, de sacar conclusiones y evaluar consecuencias que fuimos ganando con los años, que nos destierra definitivamente del estado de placidez despreocupada en la que (los que tuvimos suerte) crecimos y nos desarrollamos. Con el tiempo, adquirimos plena conciencia de que los problemas de nuestros padres ya no son más esas cosas "de grandes" que no nos incumben, y poco a poco se hace evidente la necesaria intervención en los asuntos familiares, el hacerse cargo de los temas de salud de unos y otros, tal vez de dinero, los asuntos legales que pudieran surgir, las nimiedades de la vida doméstica... todos esos temas van ingresando, de a poco, en filita, en la esfera de las propias responsabilidades, de las propias preocupaciones, y así vamos llenando, con cada tema ajeno que resolvemos, el compartimiento de la "adultez". Las que tienen hijos supongo que se deben sentir todavía más abrumadas, con tamaña multiplicación de responsabilidades y temores en forma casi exponencial. Sin embargo, -al menos en este caso- parecería que se cumple el refrán que reza que todo lo que no te mata te fortalece, ya que si estos procesos se van sucediendo naturalmente, a las edades "que corresponde", etc., toda esa nueva "carga" que vamos tomando se acompaña también de una mayor fuerza y calma para abordarla, así que podríamos decir, ya haciendo abuso de la sabiduría popular, que la vida aprieta pero no ahorca. 
En definitiva, se trata de un equilibrio que va inclinando el eje de sustentación primero de un lado, después hacia el centro y, más tarde, del otro, y, como una bola que va girando en la callecita de la vida, vamos recorriendo el circulo que nos conduce a su cierre, y así es como más que nunca ahora siento que lo estoy promediando, y está muy bien así.

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