martes, 13 de agosto de 2013

Los desvaríos

Muy de vez en cuando, particularmente cuando el teléfono suena en horarios inesperados, pienso que otra vez comenzamos con la espiral de la locura y me desespero. Se me frunce la boca del estómago y el corazón tira dos o tres latidos más acelerados de lo normal, pero después me controlo y todo vuelve de a poco a la normalidad, sobre todo cuando escucho la voz de mi papá en un tono tranquilo, que me cuenta que se fue a comprar libros, o que fue al gimnasio, o que recién llega de sus clases de griego, y entonces ahí siento que todavía no, que podemos descansar en la idea de "normalidad" un rato más.
Eventualmente el llamado llega, ya no tan sorprendente ni tan alocado, pero en ese registro diferente que más o menos puedo reconocer, y él también. Papá se ocupa de todo. De hablar con su psiquiatra, de discutir las dosis en la medicación, aun de tranquilizarme diciendo que ya se siente mejor, que la angustia pasó, que el desasosiego también.
Creo que nunca va a dejar de sorprenderme la lucidez que conserva aun cuando se le apaga la luz.

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