Este fin de semana largo viajo a la Patagonia para el
casamiento de una gran amiga mía, una de las mejores, de las más hermanas que
tengo: P.
Mi amiga se casa con su novia. La revelación acerca de que
nunca iba a haber un Sr. y una Sra. P. no es algo que haya ocurrido hace tanto;
pongamos tres años atrás, lo cual en nuestros 37 de vida no representa gran
cosa. Mi amiga es muy particular, digamos que ya de por sí no es la encarnación
de la alegría, pero con los años se había vuelto cada vez más hermética, más
huraña, más depresiva y fue como una espiral en descenso, cada vez peor y peor,
hasta que vino la revelación, y ahí la cosa cambió rotundamente.
P. remontó
como nadie se hubiera imaginado que podría. Claro que sigue sin ser la alegría
de vivir, pero aceptarse y mostrarnos quien era realmente le cambió la vida;
supongo que le habrá generado gran alivio confirmar que ni su
familia ni sus amigos cambiamos en nada nuestra relación con ella, ni nuestra
percepción acerca de ella. Es más, creo que cuando lo supimos, todos pensamos: “Claaaaro, ¡¿pero cómo no me di cuenta antes?!”.
Creo que tener que falsear la propia identidad, ocultar algo que nos constituye como individuos debe ser uno de los castigos más grandes que nuestra cultura nos impone...
¡Confetis y amor para todos este finde largo!
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