martes, 6 de agosto de 2013

Felipe, Harry y la chochera

Don Felipe y Don Harry se están adaptando bastante bien a su nuevo hogar y nosotros también a su presencia, cosa que por más nimia que pueda parecer, no lo es tanto: es extraño tener otros seres vivos no humanos en casa, con sus propias necesidades, caracteres y tiempos. Sí, creo que llegaron en el momento justo: exagerando un poco podría decir que estábamos a diez minutos de convertirnos en esa gente amarga que solo piensa en sí. El próximo paso sería tener un perro, pero para eso nos falta todavía bastante más tiempo libre, ahora apenas si nos alcanza para un par de cobayos. Les hicimos una casita que es una obscenidad: tremendo dúplex, arriba para dormir, abajo para estar; como son muy chiquitos pusimos una rampa para que puedan subir al primer piso, pero para bajar sí que se dan maña: directamente se eyectan, o bien usan la rampa como tobogán. Es obvio que puedo pasar horas mirándolos.
La cosa es que me veo a mí misma -con un grado de perplejidad bastante asimilable al horror- hablando de "los chicos" en la oficina, en la casa de amigos, parientes, y donde más sea que me pregunten, tímidamente: "¿Y los cobayos?". Basta que yo vea asomar el interés en los ojos de mi interlocutor para que comience a compartir un montón de observaciones acerca de sus hábitos, monerías, ruiditos, gustos y preferencias, que probablemente sean de lo más soporífero para el otro, pero bueno, qué voy a hacer, ¡es más fuerte que yo! Me embalo porque los amo, son unas criaturas de lo más adorables y tan poco exigentes que dan ganas de estarles todo el tiempo encima.

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