Después de todo, quién puede estar tan seguro de lo que
quiere. Yo pasé muchos años diciendo un montón de pavadas, o lo que es peor:
creyendo un montón de pavadas, y de pronto pienso todo lo contrario o
muy/bastante lo contrario. Tal vez creo que quiero algo, pero en realidad solo
se trata de un simple capricho; el clásico berrinche de la que fue hija única
durante sus buenos –casi– ocho años y le niegan la felicidad del caramelo.
Pero para ser francos, ¿quién me asegura a mí que una vez
que lo logre seré feliz?
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