martes, 19 de noviembre de 2013

Procesar

Ayer esperé ansiosa que fueran las 17.30. Esperé sentadita en mi silla giratoria, mirando la pantalla y fingiendo trabajar. A la hora señalada me despedí de mis compañeros de oficina en la esquina, y ni bien vi que cada uno había tomado su rumbo dejé rodar la primera lágrima de las mil millones que le siguieron. Lloré un montón; hoy tengo los ojos en compota: soy un pequeño monstruo decepcionado. Por fin 20.30 llegó IC. Me agarró mirando la carpeta del tratamiento, pasando revista a las facturas, las indicaciones de la medicación, un montón de papeles que ya quedaron en el pasado. Me miró, lo miré, pucherié y entendió todo. Revoleó desde la puerta su mochila y corrió a arrodillarse a mis pies y a darme el abrazo más largo, más tierno, más contenedor, más apretado, más humano, más amoroso que podría haber esperado y automáticamente empecé a sanar.
Al rato nos miramos y mantuvimos la siguiente conversación:
Él-"Vení, vamos a hacer cosas de gordos"
Yo-"Dale, vamos a hacer cosas de gordos"
Y nos destapamos una cerveza, nos abrimos unas papas fritas, preparamos una pizza, nos lastramos unos bon-o-bon y nos reímos (yo lloré) y nos reímos más (yo lloré de nuevo), y nos miramos profundo, y nos hicimos promesas y miramos un capítulo de Mad man y nos fuimos a dormir. Me desperté una, dos, tres veces a la noche. Soñé cosas relacionadas al tema, no sé bien qué. Y hoy me desperté y me sentí fuerte.


P.D.: Gracias por el apoyo todos estos días; aunque parezca loco, se siente 


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