jueves, 5 de diciembre de 2013

Lo que quedó de las vacaciones

Del sueño de las vacaciones en playas brasileñas de arenas blancas, cocoteros y mucho mar, pasamos a las más modestas en carpa conociendo algún lugar nuevo dentro del país, y de ahí saltamos a la realidad de que si queremos intentar de nuevo no nos podemos ir de vacaciones. Hay algunos días entre la ecografía inicial y los días subsiguientes donde, más allá de los pinchazos diarios, uno es libre de moverse por ahí, pero la necesidad de mantener refrigerada la medicación ya de por sí nos tacha la carpa de la cabeza. Para ir a algún lugar con heladera tenemos que alquilar o ir a hotel y los números se nos están poniendo estrechos. Al mismo tiempo, entiendo que son nuestras únicas vacaciones del año y que si este tratamiento también llega a fracasar nos vamos a querer morir de quedarnos sin el pan y sin la torta (más yo que IC, por supuesto, porque tengo un carácter mucho peor y soy holgadamente más mañosa). Una quinta sería una alternativa ideal que nos permitiría tener vacaciones y hacer el tratamiento en simultáneo, pero por lo que estuve averiguando valen más o menos lo mismo que un tercer intento, así que dejémoslo ahí: está claro que prefiero tener la tercera vuelta, si hiciera falta.
Conclusión: andamos sacando cuentas de cuánto saldría comprar un buen aire acondicionado para pasar enero lo más frescos posible en casa. Sí, suena bastante chotito; sobre todo porque el sol da de frente toda la tarde en verano y el departamento tiende a convertirse rápidamente en un sauna. Lo peor: desde mi insolado balcón se escuchan magnificados los chapoteos y grititos de algarabía que llegan de la pileta de los de enfrente (malditos afortunados).
Pero si sale bien... ¡Oh, qué alegrón y qué me importan las vacacionessss!

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