martes, 23 de julio de 2013

Dos razones que explican un hecho

He aquí dos simples razones, frente a un acontecimiento, que explican porqué me casé con IC. Vengo hace rato con ganas de tener un cobayo, pero como desde que me mudé sola, hace casi diez años, nunca tuve una mascota, me daba algo de miedo. Todo esto hasta el sábado pasado, cuando fuimos a cenar a lo de unos amigos que, a falta de uno, tienen dos. C., la dueña de casa, tiene de estos animalitos como mascotas desde que era chiquita y no paró de contarme maravillas acerca de ellos durante toda la noche. Mientras estuvimos en esa casa, le di rienda suelta a la nena que fui y que en algún lugar mío todavía soy: cada dos bocados me levanté a tocar el cobayo; me servía un vaso de cerveza e iba a levantar el cobayo; para ir al baño daba una vuelta para pasar por donde estaba la casita de los cobayos; en fin, demostré estar enloquecida con esas mascotas, que cada vez que alguien abría la heladera chillaban de emoción (también había un perro, pero ese no me llamaba para nada la atención). De pronto, C. me dice: "¿Sabés que el otro día pasé por la veterinaria que está al lado del supermercado flufluflu y había una cobaya que había tenido cría? ¿Por qué no vas? ¡Capaz que todavía tienen!".
El domingo a las diez de la mañana abrí los ojos de golpe e inspeccioné qué clase de ruiditos hacía IC: ¿ruiditos de estar dormido o ruiditos de estar despierto? IC estaba a mitad de camino entre los dos estados, y yo influí para que se decidiera por la vigilia. Ya era hora de ir a comprar el cobayo, y realmente se me hacía muy difícil seguir esperando. Allá fuimos, con alegría desbordante, hasta que supe que el día anterior se habían llevado el último. "No te preocupes, recibimos todas las semanas, venite el finde que viene que ya va a haber". Había que esperar TODA UNA SEMANA. El reloj emocional se volvió 30 años atrás y, literalmente, quise hacer puchero y largarme a llorar. También me hubiera gustado zapatear y tirar al suelo todo lo que veía sobre el mostrador hasta que IC me agarrara de la mano y me llevara afuera, pero me contuve. Una vez en el estacionamiento, IC me preguntó suavemente: "¿Querés que recorramos veterinarias de guardia hasta que encontremos uno?". Fue tan maravillosamente catártico que alguien me ofreciera hacer la descabellada idea que tenía en mente, que automáticamente la descarté por absurda. Más tarde, una de las tantas veces que me lamenté con un suspiro tristonio durante el camino de vuelta, me agarró del hombro y me dijo: "No sabés cómo lo siento y cuánto te entiendo: para mí siempre fue terrible esperar cuando realmente quiero algo, es horrible".
No se podría haber manejado mejor la situación: el menor indicio de sorna o de minimización del asunto por parte de IC me hubiera sumido en un profundo mal humor; pero no, empatizó 100% conmigo y resulta que por cosas como esas es que me casé con él, porque a veces siento que solo él puede comprender la importancia que tiene para mí desear tan fervientemente tener un cobayo un domingo al mediodía.


PD: Igualmente una hora después yo estaba haciendo una escena que incluyó llanto en restaurante y un almuerzo entero sin hablarnos, pero eso es harina de otro costal y demuestra que IC tampoco es perfecto.

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