miércoles, 24 de julio de 2013

El almuerzo de después

Luego de la infructuosa búsqueda del cobayo se ve que me quedé calenchu en algún punto, porque después monté una escena porque IC me contestó mal. Vamos a ir por partes para que no quede la cosa como que yo al final hice la escenita que quería hacer dentro del local pero dentro del auto o en el restaurante. Sí, hice una escena, pero no fue solo para descargar la frustración del no-cobayo. El asunto es así: estábamos viendo dónde ir a almorzar; decidimos un lugar "x" que queda cerca de casa. Cuando estábamos llegando, alguien me llama al celular y me distraigo charlando, pero eso no obsta que vea, antes que IC, que el lugar hacia el que nos dirigíamos estaba cerrado, así que le hago una clara señal de "no" con la mano, para hacerle entender que hay que buscar plan B. Enfrente de ese lugar al que íbamos hay una parillita bien de barrio que sí estaba abierta; yo quería decirle a IC de ir, pero más apurada estaba por terminar esa conversación telefónica, así que cuando finalmente logré liberarme ya nos habíamos alejado como 4 cuadras y estábamos casi llegando a casa. IC me empieza a decir algo así como "Sino también podemos..." cuando yo, con mi ansiedad característica, lo interrumpo para decirle: "Pero la parrillita estaba abierta!", a lo cual me responde: "Ah, no, ya pasamos" (valga aclarar que estábamos en auto, no es que me estaba llevando a upa). Le pregunto (sarcástica, es cierto): "¿Y no se puede dar la vuelta a la manzana?", cosa que -asumo- mucho no le gustó. Quise también preguntarle qué era lo que me iba a decir cuando lo interrumpí, pero como respuesta me encontré con sucesivos: "No, dejá, nada, nada", que, por supuesto, me hicieron insistir cada vez más pesada, porque encima ahora me había dado curiosidad: capaz que su idea era mejor que la mía y me la estaba perdiendo. Ya para ese entonces me contestaba para la mierda. Yo lo conozco, después te dice: "Pero si yo te dije 'nada, nada'" y sí, claro, parece que fuera un santo, pero acá el tema no está tanto en el qué como en el cómo, en el acento, en la cara, en el rictus, en el volumen y demás detalles de la oralidad que son difíciles de pasar a pantalla. La cuestión es que en el medio había retomado y estábamos yendo a la parrillita. Le dije de no ir ya que no tenía sentido si íbamos a estar de mal humor. Siguió. Minimizó el asunto protestando que al final de cuentas qué tanto lío para ver dónde comer, que es comida nomás, etc. etc., pero todo esto dicho con la cara de quien anuncia el fracaso de la misión de paz de la ONU en Medio Oriente. O sea que sus palabras decían que estábamos discutiendo una nimiedad, pero su gestualidad demostraba que esa pavada lo había sacado de las casillas. En resumen: lo que tenía que ser un lindo paseo de domingo al mediodía terminó convirtiéndose en un embole, por obra y gracias de dificultades comunicativas entre dos seres que interpretan de manera muy parecida las cosas de fondo, pero muy opuesta las cosas de forma.
Finalmente terminé llorando lo más disimuladamente posible en ese restaurante de barrio al que no pienso volver.

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