miércoles, 17 de julio de 2013

Unleashed

La primera vez que vi escrita esa palabra fue en un contexto (para mí) tan chocante, que se me grabó a fuego: una de mis primas, que vive en Australia desde hace unos 10 años, cuando su mamá se volvió a la Argentina después de una estadía de un mes en su casa, comentó en Facebook, simple y lacónicamente: "Unleashed", lo cual a mí me hizo pensar, automáticamente, en un perro al que le sueltan la correa. Fue una imagen tan fuerte e iluminadora que de pronto comprendí porqué mi prima había elegido como lugar de residencia una tierra que queda exactamente en las antípodas de la nuestra, o por lo menos vislumbré parte de la cosa.
Hoy me sorprendí a mí misma acudiendo mentalmente a esa palabrita para definir cómo me siento en estos días en los que mi jefa anda en algún lugar de paradero desconocido y casi nula señal de celular (gracias, Movistar, por prestar un servicio TAN deficiente), tomándose unos días de vacaciones en familia. No voy a cuestionar la legitimidad del hecho de que sea la única de la oficina que tiene el beneficio de las vacaciones de invierno, porque sería entrar a cuestionar un orden social que de lógico tiene casi nada y de indignante un montón. Prefiero centrarme en el hecho de que para mí, en cierta forma, también son vacaciones. Hago las aclaraciones del caso: trabajo exactamente igual que cuando ella está en volumen, responsabilidad y tiempo, pero lo hago sin sentirme vigilada, y ese simple hecho marca una enorme diferencia en la sensación que me invade ni bien abro los ojos, dos segundos después de apagar el despertador. Es decir que no me molesta tanto como creía trabajar en relación de dependencia, sino hacerlo bajo ciertas condiciones de vigilancia y tensión que no me convierten ni en más productiva ni en mejor trabajadora, pero sí en un ser un poco más infeliz.
Qué horror.

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