lunes, 15 de abril de 2013

De todos mis defectos, este es el peor



Qué fea que es la envidia. La verdad, de todos los defectos que tengo, creo que ese es el peor.
El otro día fui al curso de costura y la profe –que es divina y me cae genial, o sea que no hay animosidad previa– nos contó que está embarazada de tres meses y medio. ¿Qué le pasa a una persona normal con tremenda noticia? Se alegra, se emociona, le da ternura, a algunas compañeras les salió darle un beso, otras preguntaron por nombres de nena, de varón, preferencias de sexo, etc. ¿Qué hace una persona envidiosa como yo? Esgrime una sonrisa tímida, balbucea algo así como “Ayyy… felicitaciones…” y automáticamente pasa a concentrarse en ese dolor, entre moral y físico, que se le ancla en el estómago: la angustia por envidia.
Se siente feo; hago mea culpa penitente. Acto seguido, intento reprimir ese sentimiento que no solamente me da culpa y me hace sentir mal, sino que además siento que es de los peores, señal de una vileza espantosa, como un defecto de cuarta. No hay caso: mi mente y mi cuerpo no me obedecen, no puedo dejar de sentir lo que siento. Horrible al cuadrado, así que me hundo en un silencio raro, mezcla de vergüenza y egoísmo, y me deprimo un poco más el día, que ya venía flojito de ánimo. 
Porque dentro de los defectos hay como una especie de escalafón: no es lo mismo decir, por ejemplo, “soy orgullosa” que “soy envidiosa”. Ser orgulloso es un defecto que se esgrime casi como bandera, como una característica de personalidad que hasta puede tener connotaciones positivas; algo así como la expresión de un amor propio tal vez exagerado, pero buah, está bien visto ser “un poco” orgulloso. Y se nota, porque el que se hace cargo lo reconoce con un dejo de soberbia, como quien dice “soy un tipo duro” o “mirá que firmes convicciones que tengo”. No sé, parece que no está tan mal. Ahora bien, no es lo mismo decir: “Sí, qué tal, soy envidiosa”. Ahí quedás aislada socialmente, cero empatía, ninguna mano amiga, nada. 
Nadie reconoce la propia envidia por esto del escalafón de los defectos, que genera un ranking de los mejores y peores, una lista que no se enumera pero que tácitamente compartimos todos. Si tu entorno llega a saber o a notar que sufrís envidia (horror al cubo), automáticamente pasas a ser objeto de oprobio social: la envidia es interpretada como señal de la fea y miserable persona que sos y ya por eso se te mira, como mínimo, con desconfianza.
Uno sabe positivamente que NO PUEDE SER que nadie más sufra envidia, pero es obvio que así como hago yo, que trato de pilotearla y de que no se note tanto, hacemos todos: nos ponemos la careta y hacemos de cuenta que somos más lo que nos gustaría ser que lo que realmente somos, abonando así la hipocresía entre los hombres con tal de conservar nuestra pobre vida social.
En mi caso, por lo general, el origen de la envidia suele tener base en: a) algo que deseo y que no tengo, o b) algo que tengo pero que quiero mantener como exclusivo (ni idea por qué, pero suele no gustarme compartir cartel). En este caso particular, el hecho de haber pasado los últimos tres años de mi vida buscando un niño que parece no tener ganas de ser encontrado y el haber perdido un embarazo el año pasado, son factores que seguramente atizaron el fuego de la envidia que me quemó esa tarde. 
Si fuera prudente y cerrara el relato acá, probablemente minimizaría el impacto negativo de todo lo anterior que conté. Más todavía, si agrego que una vez pasado ese breve shock inicial y la mini-crisis egoísta y el dolor absurdo de saber que otro va a tener lo que yo deseo tan profundamente –como si eso me afectara de alguna manera, qué me pasa??–, pude alegrarme por esa persona y su felicidad. Pero la triste verdad es que ese defecto del que tanto me avergüenzo se activa también en otras circunstancias y que no siempre tengo razones de peso que lo justifiquen. Es más, creo que esa es la situación que ocurre la mayoría de las veces. Así que... supongo que vuelvo donde estaba ubicada antes del desvío de la auto-conmiseración.

2 comentarios:

  1. Holaaaa! Se que media vieja pero como te entiendo en esta entrada! Me encanta tu blog de relatos coritos, profundos y fuertes! (Yo divago maaaaal....) y yo que pensé que era la única Maléfica en este mundo jejeje! Te invito a leerlo así no te sentís tan mal! Y mucha suerte con esta etapa final del embarazo, falta poquisimoooooo para qué llegue Emilia!!

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