miércoles, 17 de abril de 2013

La cara de F.


Imagino la cara de F. cuando coronemos su negra cabellera con la vinchita de las porongas saltarinas y pienso, de pronto, que la supervivencia de rituales tan fuera de época como las despedidas de solteras solo pueden entenderse a través de imágenes así de ridículamente graciosas. Solo por ellas y la alegría que despiertan puede explicarse que en 2013 estemos organizándole una despedida de “soltera” a una persona que decide casarse después de unos cuantos años de convivencia con el “novio” (ya esa misma palabra le queda minúscula), con quien tienen en común, además de una deliciosa hija de casi un año, dos gatas, varios viajes, una mudanza, la vida misma. Para no hablar de “las chicas” (todas mayores de 35) tratando de hacer de cuenta que algo va a cambiar, que algo desconocido y nuevo se va a desatar por sumarle un contrato de índole legal al moral ya suscrito hace tiempo, dispuestas a reírnos histéricamente con el cotillón en forma de vergas y tetas, olvidando por un rato lo en desacuerdo que ideológicamente me encuentro con ese rito de pasaje con el que tanto me voy a divertir.

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