jueves, 10 de octubre de 2013

Demasiada variedad

Quiero reflotar la idea de hacer algún taller de pan para aprender los secretos de la masa, las variedades y las posibilidades que existen en ese terreno que amo por igual hacer y comer. Tal vez amo más lo segundo, pero igual, compiten cabeza a cabeza. Probablemente quiera hacerlo para sentirme un poco más cerca de esa imagen mental que me viene invadiendo las mañanas de los últimos días: yo con una tabla de madera con dos panes recién amasados, las sierras de fondo, un horno de barro hacia el que me dirijo, una higuera en un costado. El decorado será, por el contrario, porteño, y la cocina mucho más chica y calurosa, nada es perfecto, pero uno alimenta los sueños como puede y tal vez los míos ahora necesiten pan.
En el fondo me siento rara, incómoda con esta versatilidad tan profunda que tengo, estos intereses tan variados y locos. Envidio un montón a los que descubren a los 18 que lo suyo es estudiar la reproducción de las libélulas y se mandan la carrera, el postgrado, el doctorado y el postdoctorado en esa dirección, toda la vida encolumnada detrás de una única y coherente pasión que los encarrila. Yo, por el contrario, salto de acá para allá, coqueteo con una idea y luego con otra, aprendo a hacer telar y después salto a la crítica de cine, o viceversa, no sé. A veces siento que es una virtud, pero las más de las veces lo creo un defecto: es un desparramo de energía fenomenal.

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