lunes, 27 de mayo de 2013

La familia ajena

El viernes a la noche nos fuimos a San Fernando para festejar el cumple de mi amiga CA, hermana menor de mi aún más íntima amiga CE, testigo de mi casamiento, hijas ambas de L, quien me cosió mi vestido de novia. 
CA y su familia son como los Campanelli: un batallón de gente divertida y dramática en partes iguales, con parientes cercanos con los cuales se amigan y se pelean alternativamente y que, por esa misma razón, suelen estar presentes en algunos cumpleaños y en otros no pero que, cuando están, habitualmente hacen que se llore de risa. 
Uno de los primos de estas amigas está casado con una chica alemana que, indefectiblemente, en cada encuentro se sienta en un rincón y se dedica a mirar la escena, atónita, con la misma curiosidad e incredulidad de la primera vez, entre divertida y alarmada, siempre muda (tan es así que no le conozco el timbre de voz). Dicen que entiende perfectamente el español, pero dudo que capte la clave de esta comunicación acalorada, de este intercambio tan nuestro, desordenado y pantagruélico, que rige la dinámica de todas las reuniones. Por el contrario, creo que es justamente ese destello de incomprensión lo que ilumina su mirada pícara, que sigue cada conversación con febril interés. 
Entre anécdotas teatralizadas, risas y aplausos, cenamos un guiso de lentejas que al decir de los presentes estaba muy rico pero que a mí, en virtud de la dieta magra con la que me torturo de lunes a viernes, me resultó exquisito. Cantamos el feliz cumpleaños, brindamos, comimos torta, y mientras disfrutábamos del desorden generalizado, de los relatos superpuestos, de las mímicas y demás expresiones de alegría de esta gente tan desenvuelta, todos amontonados en el sencillo living de mi amiga, el trasnochado de siempre incomprensiblemente dormido en un sillón, en medio de la algarabía generalizada; algún otro haciéndole mimos en la panza a Rosa, la gatita cachorra de la casa; todos acalorados un poco por el vino tinto, otro poco por la estufa ardiendo en un rincón, pero más que nada por las risas y el disfrute, me puse a pensar qué lindo todo esto, tan nuestro, tan familiar, tan argentino, pero también y fundamentalmente qué lindo ser adoptada así y sentirme parte de una familia extra, ajena pero, al mismo tiempo, tan mía.

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