lunes, 13 de mayo de 2013

Los días de dieta

Vengo de toda una semana ajustando el cinturón, tratando de conformarme los mediodías con las miserables sopitas, las galletas de arroz que te hacen crash en el cerebro, preparando cenas livianas a la noche para no tentarme, y, básicamente, evitando a cada momento tirar por la borda todo el esfuerzo realizado (que no fue tanto, pero soy dramática).  
Es mucho más difícil hacer dieta sin fumar, Dios, no recordaba cuánto. Pero vengo bastante invicta, aún si tenemos en cuenta el fin de semana, cosa que, considerando mi prontuario, ya es mucho (por poner un ejemplo, solo en los dos días del fin de semana anterior había hecho: pizzas caseras, muffins de frutilla con yogur, pancitos saborizados de queso, y no me acuerdo qué más, lo debo haber bloqueado).
Así venía transitando este lunes, auto-felicitándome por la perseverancia, manteniendo la moral alta, sintiéndome muy orgullosa de mí, largo etcétera, cuando de pronto cae una compañera de la oficina con facturas. Bueno, no pasa nada, hay que hacer como los caballos y así hago: avanzo sin siquiera permitirme oler la tentación del diablo, me sirvo un té y sigo como si nada. Vuelvo a mi oficinita, me siento nuevamente frente a la computadora, me concentro. Una hora después veo dirigirse hacia mí a otro compañero de la oficina con un plato, servilleta, tenedor y porción de maxi-torta en mano, golosa, obscena porción gigantesca de torta compuesta de: base de bizcochuelo de chocolate, capa de dulce de leche, capa de bizcochuelo, capa de mousse de chocolate, capa de bizcochuelo otra vez, mousse de chocolate, cobertura de gelatina con frutillas. 
De esto puedo deducir dos cosas: 1) tengo un cerebro altamente entrenado para escanear alimentos a gran velocidad; 2) esto es un complot.

PD: Sigo invicta, redirigí ese fenomenal pedazo de torta hacia otro escritorio. 

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